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jueves, 16 de abril de 2009

14...

Su mirada cristalina, abarca todo el manto nocturno, es parte de la noche como las estrellas, como el frío, como la oscuridad, así como su cuerpo es parte de la belleza, así como su corazón es parte de la amargura, así como su alma es parte de la nada.

Sus manos entretejen destinos, sus besos condenan sueños, su esencia roba pensamientos, su fragancia destroza razones, pero su tristeza domina su entorno, esa tristeza disfrazada de ironía, esa amargura con careta de apatía, esos andares con aires de grandeza, esa grandeza con complejo de ternura.

14.- ...

Hojas caian en la vereda, como pañuelos que le limpiaban el paso, múltiples colores para iluminar su camino, múltiples miradas que vigilaban sus andares. Un corazón gris es más atrayente que uno sangre, pues sus matices dejan entrever una historia de dolor inconclusa, tan inconclusa como la vida antes de llegar a la muerte. Esta vez el suelo no solo se cubría de hojas, sino también de llanto, lágrimas invisibles que formaban lazos, lazos traslúcidos que se volvían en cadenas, cadenas de fuego que quemaban su alma y resbalaban por su espalda, como múltiples arañazos marcando signos, signos de los años que se iban sin el regreso que ansiaba, regreso que cada vez se veía más lejos de su horizonte, tan lejos que ni siquiera un nombre bastaba para convocarlos, un nombre tan triste que no requería repetirlo, una tristeza tan extensa que pintaba sus ojos y su corazón de gris, como los cielos que se cernían sobre el suelo iluminado.

Así seguía su recorrido, como una llamarada de ceniza, como un ídolo de piedra capaz de andar, de moverse, dejando atrás bocas abiertas, bocas deseosas de ser la suya o quizás de tocar la suya, de alcanzarlo en su infinita lejanía, de tocarlo en su magnánima soledad.

Ese hombre que camina como una estela de vacío, ese hombre que va dejando a su paso sus mejores días, ese hombre tan admirado, envidiado, deseado, recordado y hablado, ese hombre tan distante de los demás, que pisoteaba las hojas cual si andara sobre espinas, no era otro más que el emperador, un emperador errante en busca de algo que le hicera común, tan común como humano, tan humano como todos.