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martes, 27 de enero de 2009

Capítulo 12 Una llamada inesperada a la sala principal

El día transcurría rápidamente, después de la inspección en la primera empresa, las demás resultaron cosa de trámite; los Pilares no se habían reunido esa mañana, ya que conocían la prisa de Ruiz por ocuparse de todo antes de marcharse a la cita de la cámara, cita en la que, las primeras veces, Octavio acompañaba al Emperador y le informaba acerca de esas molestas normas de etiqueta que debían seguirse rigurosas, si no se deseaba ser observado durante todo lo que durara aquel suplicio de una manera más que lacerante; pero a Raúl ya no le interesaba fingir que aquellas cosas podían tener relevancia, seguía asistiendo para desarmar cualquier trampa o impedimento que aquellos personajes quisieran ponerle a la Comunidad.
Algo que le parecía curioso y a la vez desagradable, era el mote que se les daba a los cuatro dirigentes de la Cámara, pues su apodo era un dejo de desfachatez y soberbia a todas luces, pues no les bastaba ser quienes mandaban sobre todos de facto, sino que requerían un reconocimiento explícito y absurdo de todos los que les llamaran, el cual era “los cuatro grandes”, lo que por alguna razón hacía que Ruiz pensara en sus Pilares y en la gran diferencia que existía entre ellos y los citados dirigentes.

Cuando el día terminaba y se aproximaba el momento de cumplir con su obligación, Raúl se preguntaba que sería bueno hacer con Lía, si mandarla de regreso a la Comunidad o hacer que le esperara en el auto por tiempo ilimitado, o quizás hasta entrar con ella a la reunión, ya que, aunque no le gustaba reconocerlo, prefería beber ese cáliz acompañado, a pesar de que la propia presencia de Lía era en sí otro cáliz; sin embargo, por mucho que Lía le revolviera los sentimientos, su repulsión a la gente de la cámara superaba la que podría sentir por ella, y excusándose a sí mismo también en el hecho de mantenerla cerca de sí, decidió que no estaría del todo mal llevarla y así distraer su mente de las banalidades crueles que estaba por escuchar con otras banalidades sin saber cual de ambas sería más cruel.

Lía le recordaba a uno de sus Pilares en algunas actitudes, a Octavio, ya que ambos eran caprichosos y rehusaban obedecer las órdenes, era difícil que encajaran en grupos y tenían problemas con el dinero y el poder y aunque Mindell también había demostrado en su caso ser difícil de acoplar, entre ellos existía la notoria diferencia de que éste último si lo intentaba, mientras que Grosso prefería recibir el castigo que se le impusiera, en un clásico “prefiero pedir perdón a permiso”. Raúl se imaginó que de cualquier manera sería mejor estar acompañado de Octavio, ya que la trayectoria que ambos tenían, le permitía gozar de su confianza absoluta, mientras que con Lía era como si no supiera de quien cuidarse, si de los miembros de la cámara o de ella.

A pesar de sus especulaciones, pedirle a Lía que lo acompañara no generó ningún sentimiento ni cambio aparente en ella, quien se limitó a asentir y mantener el gesto que no llegaba a ser una sonrisa, pero tampoco una seriedad y que le causaba ligeros escalofríos a Ruiz, sin embargo, ella pidió que si esto le incomodaba se lo dijera de inmediato para que saliera a esperarlo al coche, actitud que seguía sorprendiendo al Emperador.

Ya adentro del centro de convenciones de la cámara Lía quedó estupefacta, ya que la magnificencia de esa construcción, era solo comparable con el lujo con el que eran atendidos los concurrentes.

El centro consistía en un cuadrado gigante en cuya periferia habían varías salas, unas más grandes que otras, pero todas conectadas entre sí y entre la sala principal, lugar cuadrado donde se encontraba la mesa de los cuatro grandes, quienes en una tarima elevada hecha de mármol mitad blanco y mitad negro se sentaban a deliberar con sus plumas de marfil y sus extravagancias en cuanto a vestido se refiere; Lía supo de Raúl que no todos los miembros podían llegar a esa sala y que de hecho muchos de ellos jamás la habían visitado personalmente, si no que se ponían monitores donde los grandes daban sus discursos y sus novedades y si era necesario “fingir” que votaban tenían botones electrónicos para evitar cualquier contacto directo entre salas.

Una de las cosas que Lía pudo notar al entrar al recinto, era que los meseros y demás trabajadores permanecían con la mirada gacha en todo momento, y ni siquiera se preocupaban por mantener una sonrisa, sino que se limitaban a afirmar ante las peticiones de los concurrentes, incluso las personas de seguridad de las puertas alzaban la mirada lo menos que fuera posible, y solo en caso de controversia acerca de si las personas que ahí asistían podían o no pasar y a que salas únicamente; en el caso de Raúl por circunstancias que conocía pero decía desconocer, se le había permitido llegar a la sala izquierda B, la que, a pesar de estar a la misma distancia de las demás salas para con la principal, era la que albergaba a las personas que estaban más cerca de llegar al recinto de los cuatro grandes, cosa que Raúl se jactaba de ignorar, pero que de sobra sabía que era para mantenerlo cerca y vigilado, pues no pocas veces los miembros de ese lugar le insinuaban que su actitud para con sus trabajadores era reprochable y escandalosa y que su modelo no traía más que problemas y hasta hitos de insurrección para con el gobierno de ese país y sus costumbres establecidas, alegaciones que aunque exageradas, halagaban al Emperador, más que preocuparle.

De vez en vez y en tiempos más bien arbitrarios, se anunciaba a alguno de los concurrentes de la sala izquierda B para que pudiera entrar en la principal, lo que todos celebraban hipócritamente, mientras que después de la ausencia del afortunado, se ponían a farfullar maldiciones en su contra.

En realidad solo Raúl mostraba indiferencia ante estos actos, puesto que hacía más de cinco años que los presenciaba y no le resultaban ya de mayor interés. En la época en la que él llegó lo hizo impulsado de un boom de bonanza de pequeños empresarios en su mayoría jóvenes, quienes gracias a su creatividad, inventiva y hasta su humanismo, se hicieron rápidamente de renombre y posición entre los empresarios, ante este suceso, los grandes decidieron traerlos a todos e la izquierda B y elogiar sus virtudes y sus incipientes logros, sin embargo, detrás de esta fachada de cinismo, lo que tuvieron en bien hacer fue presionar al Congreso del país, para que éste aprobara una serie de impuestos privativos y exorbitantes en contra de todas las empresas recién formadas, y para que las autoridades realizaran auditorias malintencionadas con el único propósito de fabricar faltas y delitos y así acabar con la carrera de estas promesas, a ese suceso se le llamó en todo el mundo joven empresarial “la gran crisis” y solo muy pocos sobrevivieron a ella, y de estos mínimos casi todos se habían alineado a la cámara y habían aceptado fusiones, ventas y demás cosas para que los grandes tuvieran el control; de estas cosas eran capaces los cuatro dirigentes, y el Emperador lo sabía, por eso a pesar de sobrevivir a la crisis y retarlos al negarse a fusionarse o venderse, permanecía acudiendo a las reuniones, cerca de ellos por seguridad de la Comunidad.

La reunión daba comienzo y los concurrentes se saludaban, Lía junto al Emperador era conducida a la Sala respectiva donde degustó exquisitos y caros manjares que hacía algún tiempo no comía, por lo que se sintió como pez en el agua, con tantas damas elegantes, hombres poderosos, distinción de los pies a la cabeza y dinero derrochado a montones; mientras que Ruiz serio y visiblemente aburrido parecía esperar a que el trámite acabara.

De repente los Grandes aparecían en la pantalla gigante de la Sala izquierda B y todos los miembros aplaudían al unísono; entre otros, sus mensajes eran los siguientes:

- Amigos concurrentes, los tiempos están muy alborotados, unos sujetos que se dicen legisladores de la nueva corriente pretenden destruir lo que nos ha costado años de esfuerzo y dedicación crear, causan tumultos con discursos ridículos y vulgares, exaltan a la plebe con promesas de un supuesto cambio y fantasías de cartón y nuestros aliados del poder actual no son capaces de responder por si mismos ante ese embate, vamos, ¡hasta se han atrevido a solicitar investigaciones acerca del “monopolio” en que mantenemos al país! ¿Cuándo se ha visto tamaña sublevación y atrevimiento? Esa gente no tiene remedio ni lo quiere tener, es por eso que hemos decidido ayudar a nuestros inútiles, pero fieles colaboradores del poder actual para desprestigiarlos, por medio claro de campañas que, ustedes estarán de acuerdo con nosotros, debemos financiar y dirigir, y con iniciativas de ley que les impidan el paso. Ahora que aún somos mayoría, no debemos permitir que esos payasos quieran imponer su caos en nuestra armonía y es por eso que debemos estar unidos; nosotros ya hemos logrado tirar su iniciativa en contra de los campos de oportunidad inocuos que hemos establecido y que ellos llaman ignorantemente “acaparamiento y monopolio”; pero aún faltan cosas por hacer y requerimos de su apoyo; ¿Qué dicen amigos concurrentes?

Terminando de soltar su mensaje, ya todos los asistentes aplaudían y gritaban alterados en júbilos y hurras para sus cuatro grandes, todos excepto dos personas quienes tenían reacciones un tanto diferentes entre sí. Por un lado el Emperador que asqueado daba un sorbo a su vaso con agua tratando de digerir tantas atrocidades y pensando si habría manera de burlar las leyes que le obligaban a estar afiliado a la cámara; mientras que por otro, Lía Alarcón reía divertida hacia sus adentros, pues a pesar de nunca haber visto tanto cinismo e hipocresía, ni siquiera en las personas que ella consideraba las más perversas que había conocido, le causaba jocosidad la idea de que existieran personas con tanto poder, influencia y dinero, como para estar encima de los gobernantes y encima burlarse de ellos de esa manera, pero no solo de ellos sino de todas las personas del país, luego entonces el ser como ellos, o mejor aún, más que ellos, se le hacía un reto interesante y una ensoñación muy deseable de acuerdo a todas las necesidades que sentía tener.

Sin embargo ambos fueron sacados de sus abstracciones cuando por la pantalla gigante los cuatro grandes dieron a conocer el nombre del que accedería esa noche a la sala principal y que resultaba ser ni mas ni menos que Raúl Ruiz.

lunes, 26 de enero de 2009

Capítulo 11 La Cámara

Un olor agradable le abstrajo del sueño y en el sopor de la mañana mezclado con los recientes acontecimientos, le asaltaron las dudas acerca del lugar donde estaba y la hora que era; en realidad no era temprano, el reloj de su móvil anunciaba las nueve con veintitrés minutos, siendo que un lento orden de sus ideas le ponía de manifiesto que ese día en particular debía irse temprano para atender asuntos cotidianos antes de ocuparse de uno que le molestaba en sobremanera, sin embargo el retraso volvió a segundo término cuando el aroma se hizo más fuerte e insistente y le devolvió a sus preguntas iniciales; estaba en su casa y apenas ayer había regresado la mujer por la que tantos años se había cuestionado acerca de sus ideales y metas, Lía Alarcón, quien por descartamiento de posibles responsables, era sin duda la que provocaba ese aroma agradable que hacía mucho tiempo no se olía en la casa del Emperador.
Raúl se despabiló y antes de dirigirse a la cocina para enterarse del menú que Lía preparaba, subió al baño de su habitación y se dio una ducha rápida. Mientras el agua caía sobre su cuerpo la realidad se adueñaba más de su mente y desaparecían completamente las anestesias que solo el sueño puede proporcionar.

Lía Alarcón estaba cocinando en su casa, después de muchos años de ausencia y un acontecimiento que pocas personas hubiesen podido perdonar, lo que le hacía meditar a Raúl sobre que tanto grado de desesperación era el que la obligaba a volver a él y si ella confiaba tanto en que la recibiría de la manera más atenta y tranquila, en un dejo de descaro o de credulidad enfermiza, por lo que, fuere lo que fuere su motivo, éste le generaba desconfianza y esos ímpetus de ametrallarla a preguntas y hasta posibles reproches, se disipaban como el jabón que después de limpiar su cuerpo se escurría rápidamente por la coladera.

Raúl bajó a la cocina y preparó su mejor rostro de serenidad e indiferencia, sin embargo mientras descendía por la escalera sintió dentro de sí esa mezcla tan extraña de sentimientos que iban desde el rencor más destilado hasta las ansias con que un estudiante espera a su novia fuera de la preparatoria, y se reprimió nuevamente para lograr el efecto de la mirada gris tan conocida por todos sus colaboradores.

Lía se encontraba de espaldas en relación a él y de frente hacia la estufa, y su mirada se clavaba totalmente en el sartén que movía enérgicamente en círculos, cual si fuera un embrujo hipnotizante, Raúl observó un momento su cabello y se quedó inmóvil, pero se retiró rápidamente de ella cuando comenzó a percibir su sutil perfume.

- No tenías que hacerlo – le dijo Ruiz en un tono tan gris como sus ojos-
- Solo es una pequeña paga por tu hospitalidad, no cualquier persona se va de su casa dejando sus bienes y su propia intimidad expuesta, así como si nada y regresa tan noche que debe quedarse a dormir en su sofá, cual si fuera él el invitado- le contestó Lía con una leve sorpresa exterminada por la seguridad con la que siempre hablaba-
- No, en verdad no tenías que hacerlo, todos los días se sirve el desayuno en las estancias comunales para todos los miembros, es con ellos con quienes desayuno cuando tengo tiempo de hacerlo, y hoy no es un día en el que pueda tomarme ese privilegio- replicó él en un tono más serio-
- Ah… debí imaginarlo cuando vi que tu refrigerador solo tenía tres huevos y un montón de yogurt sin grasa, de hecho solo pude prepararte huevos fritos, pero con poco aceite, por que a lo mejor aún sigues siendo enfermizo…-le dijo ella en un tono inquisitivo, como ignorando el desaire que Ruiz le hacía-
- Tal vez si, tal vez no, las cosas se mueven y uno debe acoplarse, pocas personas van por ahí flotando en la vida sin aterrizar, simplemente cambiando sus destinos por los caprichos del viento que entra por sus veredas… Lo siento Lía, quizás después me coma ese desayuno, tengo una reunión en la tarde y debo irme ya, cuando vuelva hablaremos acerca de ti y esta vez espero que me esperes despierta, este asunto no debe aplazarse más- le dijo él mientras tomaba su abrigo para salir del lugar-
- ¡Espera! No quiero quedarme sola aquí todo el día, no conozco a nadie, yo no soy de las personas que puedan estarse solo esperando, tu lo sabes, por favor deja que vaya contigo, no te cuesta nada, puedo estar afuera de la reunión, pero al menos estaré cerca de ti, prometo no molestarte y lo de hablar, lo haremos cuando tu quieras- le insistió Lía mientras hacía el ademán de tomarlo del brazo-
- No puedo llevarte a mi reunión, pero quizás sea mejor tenerte cerca después de todo Lía, sígueme- concluyó él en espera que ella hiciera algún gesto o increpación, que sacara a relucir su carácter o que se defendiera de alguna manera; pero no lo hizo, extrañamente para él solo atino a apagar el fuego y seguirlo, con la vista al frente pero los labios herméticos, y entonces Ruiz comprendió que Lía seguía siendo astuta y capaz de revolver sus estándares, pues no estaba dentro de ellos el agredir así las personas, ni el considerar culpables hasta probar inocencias, sin embargo la experiencia y la propia condición humana le aconsejaban desconfiar, alejar su corazón de Lía por y para el bien de la Comunidad, pero quizás también para su bien propio.

Durante el trayecto a las empresas el cual realizaron en el auto de él, Lía permanecía callada y él mirando al camino tras el volante, las preguntas que Raúl esperaba o la platica que imaginó tener se disipaba entre los sonidos de la propia ciudad. Hasta que en un semáforo Lía atinó a preguntar por la reunión que tenía Ruiz.


- ¿Y de qué se trata la reunión que tienes en la tarde?
- La reunión es para formar acuerdos con la gente de la cámara; la cámara es una organización dirigida por cuatro personas, pero en la que somos miembros todos los empresarios de este país, más que por convicción, por obligación, puesto que para protegerse y aislarse han influido en las leyes de manera tal que sea impositivo ser miembro para realizar una actividad empresarial.
- ¿Conoces a los dirigentes? ¿qué clase de personas son?
- En realidad no me agrada clasificar personas, pero si te refieres a su manera de ser, te puedo decir que son ambiciosos, ellos controlan a los políticos, a las autoridades, y a los propios consumidores, ellos les dicen que desear, que adquirir, que necesitar, ellos determinan las modas y tendencias, ellos especulan precios y se reparten entre sí el dinero de la gente , ellos deciden que tan magnánimos quieren ser en un año dictando el aumento que permitirán en los salarios de sus trabajadores, se dice que incluso ellos son fundamentales en las relaciones internacionales del país.
- Entonces son entes poderosos, ricos, y famosos, que magníficas facultades- bromeó Lía sin conseguir ningún gesto en Raúl
- Son simplemente vendedores, y nada más, quizás por eso me detestan, pero sería pretencioso decir que su aversión contra mí se deba a que yo soy distinto, a veces temo ser íntegramente como ellos…- dijo Raúl como si estuviera en confianza, por lo que rápidamente compuso- solo balbuceaba, ese gremio no es propiamente al que siento pertenecer y al notar mi desdén es por lo que les molesta mi presencia.
- Si son tus enemigos debes vértelas muy duras cuando intentas algo nuevo.
- Así es, ellos han sido directa o indirectamente responsables de los tropiezos de las empresas de la Comunidad, pero nada pueden contra la Comunidad en sí.
- Pues yo creo que una persona como tú merecería dirigir ese gremio y estar en el lugar de esos tipos, tu si harías algo importante por la gente ¿no?
- Los elogios no son de mi predilección Lía, desiste por favor, no se cuales son tus intenciones, pero si quieres “pertenecer”, por primera vez en tu vida a algo, debes considerar dejar tus ardides habituales – dijo Raúl conteniendo una exaltación indebida-
- Solo digo que has creado algo grande en un tiempo relativamente corto, las revistas de finanzas hablan de ti y de tus “pilares”, tu estrategia podría conseguirte los puestos de esos dirigentes y entonces dictar tus propias normas- replicó Lía en su defensa inmediata-
- El poder absoluto corrompe a quien lo sufre y a quien lo ejerce, es por eso que esas personas son así, que se han olvidado de ver como hombres a sus trabajadores y solo viven para sí mismos, si yo llegara a ocupar sus puestos tendría que ser por méritos oscuros y dañinos, por que solo aplastando se obtiene un poder así, yo no busco eso Lía, pensé que recordarías al menos eso de aquellos días.
- Y sin embargo tu también ambicionas Raúl, quizás de una forma diferente, pero al final de cuentas sigue siendo ambición, tu cuerpo puede ser débil pero para que la gente te siga, significa que tu mente sigue siendo muy fuerte, yo pude ver eso en ti antes y se que deberías tomar lo que te corresponde…
- Mejor déjalo Lía, mi ambición puede ser tan grande como la tuya, pero ya no estoy solo, los Pilares son mi complemento y contrapeso, son mi fuerza adicional y mi balanza, cada uno de ellos mantienen en equilibrio a mi ser, por eso quizás llegue a ser un verdadero dirigente, uno que pueda ver por los demás y para los demás y solo así mi proyecto trascenderá a lo que verdaderamente deseo.- Concluyó Raúl, al tiempo que llegaba con Lía a la primera empresa y descendía rápidamente del auto.

Fue entonces cuando Lía comprendió que quizás la debilidad de Ruiz era lo que el consideraba su mayor fortaleza: los Pilares.

jueves, 8 de enero de 2009

Capítulo 10 Los motivos de Lía

La noche abrazaba sus dudas, pues hasta ese momento se había permitido temblar, hasta ese momento había permitido que llegaran los miedos y los recuerdos más fuertes, solo entonces se dejaba a sí misma relajarse y dejarse llevar por la tristeza, la inmensa melancolía que guardaban sus ojos, su boca, su esencia; su cabello rubio yacía en la almohada de Raúl donde ella descifraba el aroma del Emperador , y junto a su aroma el pasado que dejo una vez y ahora se le venía encima como una avalancha.

Al ver la mirada de Ruiz esa mañana quiso hacerse una pregunta, pero la represión de sus sentimientos solo permitía que en la oscuridad del crepúsculo esa interrogante saliera de su escondite, ¿cómo se cura una mirada muerta? Con que se reviven esos ojos grises cuyo brillo de por sí era fugaz y muy extraño en el pasado, de un tenue resplandor que, por lo poco que había podido ver en su reciente encuentro, llevaba muchísimo tiempo desaparecido y quizás en gran parte por su culpa. Pero a Lía las culpas le estorbaban, así que no cargaba con ellas, las dejaba en cuartos lujosos, en mansiones, en salones, en bares, en cualquier lado donde se perdieran entre las muchas otras culpas de los concurrentes y se unieran al sutil sonido de una música apagada o de un sabor añejo, desvaneciéndose poco a poco entre el humo del cigarro e ilusiones tan vanas como pompas de jabón.

Después de todo ella no era victimaria, al menos no lo era siempre y eso era lo que se repetía en su mente de manera constante, solo era una triste ermitaña sin hogar, sin familia, sin pertenencia, sin un pasado lleno de recuerdos gratos, sin una agenda llena de amigos en los que pudiese confiar y con los que pudiese contar, sin un viejo conocido que aún quisiera verla, sin una tarde tranquila en donde pudiera dejar de fingir, de actuar alegría o al menos indiferencia, o en la que pudiese por fin sacar a la luz toda esa depresión que día con día se agazapaba en su pecho y derramaba una lágrima manchada con rimel que moría mucho antes de nacer; Lía era una moneda errante, una pluma viajera, un corazón que sin entregarse pertenecía a mucha gente y a ninguna, una mujer dura para vencerse, pero ávida para sobrevivir, para conseguir lo que deseaba, para satisfacer a su cuerpo y sus caprichos de materialidad, una persona ocupada para enamorarse, para soñar, para creer en alguien que no fuese en ella misma, pero aunque ella lo sabía, a nadie más lo revelaba, pues era parte de su careta la cual utilizaba como escudo y espada ante todo aquel que realmente quisiera entrar en su vida.

La calidez de la Comunidad, aún ante ojos extraños era visible y esa tranquilidad amenizada con la presencia de Raúl que inundaba todas partes de su habitación le hacían pensar en su comportamiento, ¿qué la orillaba a huir siempre?, ¿por qué ella no podía ser como las almas sencillas que buscan formar una pareja, una familia, tener hijos, progresar y morir en la calidez de la compañía de sus semejantes? ¿por qué teniendo tantas oportunidades de “ser feliz” había preferido seguir rodando, trotando entre miradas ajenas, entre cuerpos extraños, entre sabores y aromas de gente a la que poco o nada tenía de conocer?, quizás por que esa “felicidad” que las abuelas cuentan a sus nietas, no era la que ella deseaba, ella tenía hambre, hambre de riquezas, de lujos, de glamour, de amantes, de perfumes, de poder, de aventuras, de placeres que los que escogían el otro camino no verían en toda su vida, pero a pesar de que había otra gente como ella, siempre se sentía sola, incomprendida, juzgada, culpada por los demás, a los que insistía en ignorar con una sonrisa de cinismo, y por esa soledad toda interacción humana que ella había tenido, había fracasado y marchitado como una flor.
Pero con Raúl había sido diferente, hasta había pensado en unirse a las huestes de la gente común y casarse con él, seguirlo en sus ideales y sueños y dirigir una gran empresa parecida más bien a una fraternidad y crear un guetto donde todos compartieran metas y se transformaran en una familia extendida, tantas cosas había pensado, tantas cosas planeado, hasta que se miró al espejo y decidió que esa no era la vida que deseaba, pues, en un lugar donde todos se apoyaran y ayudaran y hubiera equidad e igualdad, como podría tener lujos y viajes, como podría ordenarle a los demás que cumplieran sus deseos, como podría darse a si misma las cosas que merecía, como podría correr aventuras y conocer más gente que como ella solo quisiera el placer y el hedonismo, afuera había mejores hombres que Raúl, guapos, ricos, atractivos, sensuales, afuera estaba el dinero más fácil, más rápido, afuera estaban las cosas que más le llamaban la atención, así que Raúl ya no se interpondría ante sus deseos, ella haría lo que le placiera y no dependería de nadie, no se pararía por nadie y no miraría atrás, sin importar que fuera lo que se quedara en su camino. Después de todo ella no quería “pertenecer”, no quería vencerse por los sentimientos que solo hubieran retrasado su viaje, ella pensaba que no era un crimen tener las cosas que deseaba, que no estaría mal tomar los lujos que el mundo le ofrecía, beber el néctar de las flores e irse cuando no quedara nada, por que se trataba de ella misma, de su felicidad, de sus necesidades, de su cuerpo, de su vida, de su camino, el que dibujaría con el trabajo de los demás, sin importarle pisotear, sin importarle abandonar, sin importar más nada que alcanzar sus fines en un remolino llameante y una eterna lucha que para ella era la vida.

Así que decidió que Raúl fuese apenas uno de tantos que habían servido a su causa, uno de los hombres que se entusiasmaron de más, que se entregaron con todo y terminaron con pérdidas incalculables, hombres necios y confiados a su manera de ver, que habían creído en el amor, un amor que los hacía débiles y fáciles, sordos ante la realidad que les gritaba que ella solo los estaba utilizando y que los dejaría como trastos viejos al terminar, como pieles de una serpiente que estaba destinada a siempre vagar por el mundo.

Sin embargo, a pesar de querer verlo tan igual como los demás, Lía tenía en su mente palabras de él que no la dejaban, miradas, caricias que a veces la confundían y la obligaban a irse más rápidamente de lo esperado del lugar donde estuviera, por lo que ella lo veía como una constante intervención, un lastre que cargaba en su recuerdo y que no estaba dispuesta a soportar, hasta que un día en su continuo trajinar se enteró que él estaba cumpliendo su sueño, que tenía un emporio llamado “La Comunidad”, y que junto a otras cuatro personas dirigía los destinos de varias compañías y mucho dinero y al enterarse de ello se dio valor así misma y decidió simplemente tomar lo que debía ser suyo, desoír a sus sentimientos, si es que aún los tenía, e irrumpir en aquella armonía, para llevarse todo, para poder seguir flotando por la vida sin detenerse. Por eso no debía sentir esa emoción en su pecho al verlo, por eso no podía darle un abrazo sincero por haber cumplido sus sueños tan raros, por eso no podía dejar que en el día surgiera la emotividad y asaltara su frialdad dejándola desnuda y auténtica ante la gris mirada del emperador, por eso, ese aroma en la almohada debía de convertirse en un hedor insoportable y no en una fragancia embriagante como amenazaba con serlo, por eso debía dormir rápidamente y esperar al día venidero, para acoplarse, para desembarcar en ese buque que seguramente cambiaría su destino, pero tomando el timón para modificarlo a su manera.