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martes, 27 de enero de 2009

Capítulo 12 Una llamada inesperada a la sala principal

El día transcurría rápidamente, después de la inspección en la primera empresa, las demás resultaron cosa de trámite; los Pilares no se habían reunido esa mañana, ya que conocían la prisa de Ruiz por ocuparse de todo antes de marcharse a la cita de la cámara, cita en la que, las primeras veces, Octavio acompañaba al Emperador y le informaba acerca de esas molestas normas de etiqueta que debían seguirse rigurosas, si no se deseaba ser observado durante todo lo que durara aquel suplicio de una manera más que lacerante; pero a Raúl ya no le interesaba fingir que aquellas cosas podían tener relevancia, seguía asistiendo para desarmar cualquier trampa o impedimento que aquellos personajes quisieran ponerle a la Comunidad.
Algo que le parecía curioso y a la vez desagradable, era el mote que se les daba a los cuatro dirigentes de la Cámara, pues su apodo era un dejo de desfachatez y soberbia a todas luces, pues no les bastaba ser quienes mandaban sobre todos de facto, sino que requerían un reconocimiento explícito y absurdo de todos los que les llamaran, el cual era “los cuatro grandes”, lo que por alguna razón hacía que Ruiz pensara en sus Pilares y en la gran diferencia que existía entre ellos y los citados dirigentes.

Cuando el día terminaba y se aproximaba el momento de cumplir con su obligación, Raúl se preguntaba que sería bueno hacer con Lía, si mandarla de regreso a la Comunidad o hacer que le esperara en el auto por tiempo ilimitado, o quizás hasta entrar con ella a la reunión, ya que, aunque no le gustaba reconocerlo, prefería beber ese cáliz acompañado, a pesar de que la propia presencia de Lía era en sí otro cáliz; sin embargo, por mucho que Lía le revolviera los sentimientos, su repulsión a la gente de la cámara superaba la que podría sentir por ella, y excusándose a sí mismo también en el hecho de mantenerla cerca de sí, decidió que no estaría del todo mal llevarla y así distraer su mente de las banalidades crueles que estaba por escuchar con otras banalidades sin saber cual de ambas sería más cruel.

Lía le recordaba a uno de sus Pilares en algunas actitudes, a Octavio, ya que ambos eran caprichosos y rehusaban obedecer las órdenes, era difícil que encajaran en grupos y tenían problemas con el dinero y el poder y aunque Mindell también había demostrado en su caso ser difícil de acoplar, entre ellos existía la notoria diferencia de que éste último si lo intentaba, mientras que Grosso prefería recibir el castigo que se le impusiera, en un clásico “prefiero pedir perdón a permiso”. Raúl se imaginó que de cualquier manera sería mejor estar acompañado de Octavio, ya que la trayectoria que ambos tenían, le permitía gozar de su confianza absoluta, mientras que con Lía era como si no supiera de quien cuidarse, si de los miembros de la cámara o de ella.

A pesar de sus especulaciones, pedirle a Lía que lo acompañara no generó ningún sentimiento ni cambio aparente en ella, quien se limitó a asentir y mantener el gesto que no llegaba a ser una sonrisa, pero tampoco una seriedad y que le causaba ligeros escalofríos a Ruiz, sin embargo, ella pidió que si esto le incomodaba se lo dijera de inmediato para que saliera a esperarlo al coche, actitud que seguía sorprendiendo al Emperador.

Ya adentro del centro de convenciones de la cámara Lía quedó estupefacta, ya que la magnificencia de esa construcción, era solo comparable con el lujo con el que eran atendidos los concurrentes.

El centro consistía en un cuadrado gigante en cuya periferia habían varías salas, unas más grandes que otras, pero todas conectadas entre sí y entre la sala principal, lugar cuadrado donde se encontraba la mesa de los cuatro grandes, quienes en una tarima elevada hecha de mármol mitad blanco y mitad negro se sentaban a deliberar con sus plumas de marfil y sus extravagancias en cuanto a vestido se refiere; Lía supo de Raúl que no todos los miembros podían llegar a esa sala y que de hecho muchos de ellos jamás la habían visitado personalmente, si no que se ponían monitores donde los grandes daban sus discursos y sus novedades y si era necesario “fingir” que votaban tenían botones electrónicos para evitar cualquier contacto directo entre salas.

Una de las cosas que Lía pudo notar al entrar al recinto, era que los meseros y demás trabajadores permanecían con la mirada gacha en todo momento, y ni siquiera se preocupaban por mantener una sonrisa, sino que se limitaban a afirmar ante las peticiones de los concurrentes, incluso las personas de seguridad de las puertas alzaban la mirada lo menos que fuera posible, y solo en caso de controversia acerca de si las personas que ahí asistían podían o no pasar y a que salas únicamente; en el caso de Raúl por circunstancias que conocía pero decía desconocer, se le había permitido llegar a la sala izquierda B, la que, a pesar de estar a la misma distancia de las demás salas para con la principal, era la que albergaba a las personas que estaban más cerca de llegar al recinto de los cuatro grandes, cosa que Raúl se jactaba de ignorar, pero que de sobra sabía que era para mantenerlo cerca y vigilado, pues no pocas veces los miembros de ese lugar le insinuaban que su actitud para con sus trabajadores era reprochable y escandalosa y que su modelo no traía más que problemas y hasta hitos de insurrección para con el gobierno de ese país y sus costumbres establecidas, alegaciones que aunque exageradas, halagaban al Emperador, más que preocuparle.

De vez en vez y en tiempos más bien arbitrarios, se anunciaba a alguno de los concurrentes de la sala izquierda B para que pudiera entrar en la principal, lo que todos celebraban hipócritamente, mientras que después de la ausencia del afortunado, se ponían a farfullar maldiciones en su contra.

En realidad solo Raúl mostraba indiferencia ante estos actos, puesto que hacía más de cinco años que los presenciaba y no le resultaban ya de mayor interés. En la época en la que él llegó lo hizo impulsado de un boom de bonanza de pequeños empresarios en su mayoría jóvenes, quienes gracias a su creatividad, inventiva y hasta su humanismo, se hicieron rápidamente de renombre y posición entre los empresarios, ante este suceso, los grandes decidieron traerlos a todos e la izquierda B y elogiar sus virtudes y sus incipientes logros, sin embargo, detrás de esta fachada de cinismo, lo que tuvieron en bien hacer fue presionar al Congreso del país, para que éste aprobara una serie de impuestos privativos y exorbitantes en contra de todas las empresas recién formadas, y para que las autoridades realizaran auditorias malintencionadas con el único propósito de fabricar faltas y delitos y así acabar con la carrera de estas promesas, a ese suceso se le llamó en todo el mundo joven empresarial “la gran crisis” y solo muy pocos sobrevivieron a ella, y de estos mínimos casi todos se habían alineado a la cámara y habían aceptado fusiones, ventas y demás cosas para que los grandes tuvieran el control; de estas cosas eran capaces los cuatro dirigentes, y el Emperador lo sabía, por eso a pesar de sobrevivir a la crisis y retarlos al negarse a fusionarse o venderse, permanecía acudiendo a las reuniones, cerca de ellos por seguridad de la Comunidad.

La reunión daba comienzo y los concurrentes se saludaban, Lía junto al Emperador era conducida a la Sala respectiva donde degustó exquisitos y caros manjares que hacía algún tiempo no comía, por lo que se sintió como pez en el agua, con tantas damas elegantes, hombres poderosos, distinción de los pies a la cabeza y dinero derrochado a montones; mientras que Ruiz serio y visiblemente aburrido parecía esperar a que el trámite acabara.

De repente los Grandes aparecían en la pantalla gigante de la Sala izquierda B y todos los miembros aplaudían al unísono; entre otros, sus mensajes eran los siguientes:

- Amigos concurrentes, los tiempos están muy alborotados, unos sujetos que se dicen legisladores de la nueva corriente pretenden destruir lo que nos ha costado años de esfuerzo y dedicación crear, causan tumultos con discursos ridículos y vulgares, exaltan a la plebe con promesas de un supuesto cambio y fantasías de cartón y nuestros aliados del poder actual no son capaces de responder por si mismos ante ese embate, vamos, ¡hasta se han atrevido a solicitar investigaciones acerca del “monopolio” en que mantenemos al país! ¿Cuándo se ha visto tamaña sublevación y atrevimiento? Esa gente no tiene remedio ni lo quiere tener, es por eso que hemos decidido ayudar a nuestros inútiles, pero fieles colaboradores del poder actual para desprestigiarlos, por medio claro de campañas que, ustedes estarán de acuerdo con nosotros, debemos financiar y dirigir, y con iniciativas de ley que les impidan el paso. Ahora que aún somos mayoría, no debemos permitir que esos payasos quieran imponer su caos en nuestra armonía y es por eso que debemos estar unidos; nosotros ya hemos logrado tirar su iniciativa en contra de los campos de oportunidad inocuos que hemos establecido y que ellos llaman ignorantemente “acaparamiento y monopolio”; pero aún faltan cosas por hacer y requerimos de su apoyo; ¿Qué dicen amigos concurrentes?

Terminando de soltar su mensaje, ya todos los asistentes aplaudían y gritaban alterados en júbilos y hurras para sus cuatro grandes, todos excepto dos personas quienes tenían reacciones un tanto diferentes entre sí. Por un lado el Emperador que asqueado daba un sorbo a su vaso con agua tratando de digerir tantas atrocidades y pensando si habría manera de burlar las leyes que le obligaban a estar afiliado a la cámara; mientras que por otro, Lía Alarcón reía divertida hacia sus adentros, pues a pesar de nunca haber visto tanto cinismo e hipocresía, ni siquiera en las personas que ella consideraba las más perversas que había conocido, le causaba jocosidad la idea de que existieran personas con tanto poder, influencia y dinero, como para estar encima de los gobernantes y encima burlarse de ellos de esa manera, pero no solo de ellos sino de todas las personas del país, luego entonces el ser como ellos, o mejor aún, más que ellos, se le hacía un reto interesante y una ensoñación muy deseable de acuerdo a todas las necesidades que sentía tener.

Sin embargo ambos fueron sacados de sus abstracciones cuando por la pantalla gigante los cuatro grandes dieron a conocer el nombre del que accedería esa noche a la sala principal y que resultaba ser ni mas ni menos que Raúl Ruiz.

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