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sábado, 26 de noviembre de 2011

Niebla (versión editada)

El panorama es borroso y difícil, los cerros parecen gigantes ocultando su rostro y las casas se pierden en su similitud, todos los elementos se funden en uno, un paisaje que se levanta de entre las tinieblas de la noche y que debe limpiarse el paño de los ojos para renacer al día que siempre llega, aunque a veces tarde mucho más en venir y todo parezca penumbra eterna.

Así es Aztla, la civilización, el pueblo, el foco de humanidad lejos de la barbarie de la tierra salvaje, indómita, la incontable zona azul que rodea nuestro mundo explorado y que contiene al peligro en todas sus manifestaciones; solo aquí estamos seguros, guarecidos detrás de los guerreros de piedra, nuestros protectores naturales,  montes más antiguos que la vida, hermanos del fuego y del viento, que solo encuentran rival en la neblina que nos azota desde hace muchos días y que parece devorarlos lentamente; así es, la niebla los debilita, los hace lejanos y confusos, les miente y deja que la maldad de los espíritus penetre cada vez más cerca y que la batalla eterna de la dualidad se haga presente.

Hemos rezado a los dioses, pero no  escuchan, ellos sintieron la presencia del mal oculta tras la espesa bruma y nos han advertido por medio de designios funestos, a partir de entonces,  nuestros jóvenes guerreros marcharon a la guerra con la certeza de que estarían acompañados por ellos y que sus macahuitl se llenarían del escarlata de la sangre de nuestros perseguidores.

Hombres y dioses defendiendo nuestra ciudad milenaria acechada por los temibles seres sin alma, aquellos con cabezas de animales, de águilas, de jaguares, cuyo deseo es conquistar la fértil tierra roja que nos resguarda.

El pueblo duerme, o al menos trata de dormir, la pesada capa en el aire simula la noche, nadie nota diferencias entre días y noches, sólo se escuchan pasos difusos con cascabeles ruidosos en son de guerra y tambores tan cerca de nosotros como nuestras murallas naturales, cuyo estruendo parece arrancar la ilusión  que aún nos queda.

Entonces los que nos quedamos en el pueblo nos ponemos a meditar, nuestros muchachos son valientes, pero poco pueden contra los malignos atacantes que destruyen y matan por placer y llevan la sangre derramada como trofeo; ellos son indomables aún para nuestros dioses unidos,  nadie sabe que fuerzas los apoyen, pero se levantan de nuestros golpes, esquivan nuestras lanzas y aplastan nuestras cabezas.
Nuestra esperanza es que cuando el sol triunfe en Aztla nuestros soldados podrán acertar los golpes y así liberarán nuestro lugar de las tinieblas.

A pesar de eso la gente teme, sus dudas causan pánico e incertidumbre, somos asaltados por el miedo y éste quebranta el espíritu.

De pronto el ruido de la lucha se calma, nadie sabe que ocurrió y las voces inquisitivas se dejan venir. Salgo de mi escondite y observo las demás viviendas que en sus techos dejan ver ligeros rayos de sol que poco a poco abren senderos de luz benefactora.

Ya no hay dudas ante esa visión, hemos vencido, los dioses nos dieron la victoria y los soldados la aprovecharon, por fin la niebla se disipa y la gloria y esplendor de Aztla regresa. La gente sale para ver el sol, pues saben que con la luz también ha llegado la victoria y la paz.

Ahora todos marchamos hacia los montes para esperar la llegada de nuestros hijos y hermanos que partieron a la lucha dispuestos a ganar o a morir en el intento. Muy cerca se oye la marcha de los sobrevivientes que por el ruido parecen ser muchos y parecen estar justo atrás de los árboles que representan la entrada a la ciudad.

La calma y el silencio reinan gracias a una incertidumbre contagiosa entre los que esperamos, nadie se mueve ni murmura siquiera en busca de una respuesta al silencio de los guerreros ocultos. De pronto un silbido certero quebranta el ambiente, ha sido una lanza cuyo filo de obsidiana se clava en el pecho de una mujer que grita antes de encontrar la muerte. El caos lo sustituye todo, mientras los gritos deformes predominan en los que hace unos momentos festejaban, yo me pregunto el porqué de la derrota y el destino de Aztla y de la tierra roja que caen rendidas ante los seres sin alma.

Con nuestra muerte vimos el comienzo de la nueva era y sabemos que ellos lo gobiernan todo, pero aún nos queda la ensoñación de que algún día serán ellos los que caigan en manos de nuevos demonios y entonces sufran lo que ahora sufrimos.

Mínima expresión II

LLAMADA DE ATENCIÓN

Saltó sin miramientos del décimo piso, la gente se amotinaba incluso en las aceras vecinas, en su rostro se dibujaba una mueca triunfante, el dulce sabor de saberse por fin, tomado en cuenta.

TRANSFORMACIONES

Las plumas como agujas se enterraban en sus dedos, no podía comprender de donde salían tantas y tan copiosamente, se imaginaba un río de plumas filosas corriendo por sus venas, una estela mortal de bellos colores, pero al final, ya no tenía manos, solo dos graciosas alas que combinaban con el resto de su emplumado cuerpo.

DESPERTAR

El sueño se alargaba interminablemente, tramas enredadas convergían en su teatro nocturno, miles de rostros de protagonistas difusos le confundían, historias inexplicables se sucedían unas a otras, el cansancio le apresaba y lo que más miedo le infundía, era el inexorable hecho de que aún le hacía falta despertar a la vida.

VACÍO

Miró dentro de la casa y no encontró a nadie, sólo la propia estela del abandono que llenaba cada rincón y el ruido confuso y lejano de un cigarra que bien pudo ser inexistente, no había tiempo de constatarlo, únicamente se le ocurría correr al espejo y asegurarse que él mismo continuaba ahí, sin embargo no pudo soltar ni un grito ahogado, también su reflejo había desaparecido.

LLUVIA

Copiosamente el agua se precipitaba contra su cabeza, se quitó los lentes para ver mejor, la humedad y su calor  corporal los empañaban constantemente, pero al volver a ponérselos ya no había lluvia, ni agua, ni nada, sin darse cuenta había escapado del mundo en un abrir y cerrar de ojos.

CIELO

Después de meditar llegó a una conclusión, el cielo no existe, por que es imposible concebir un cúmulo de momentos entrañables sin una sola mancha de ansiedad, sin una hora desagradable, sin una molestia en alguna parte; entonces se levantó de su nube y descendió a los infiernos.