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viernes, 11 de mayo de 2012

Titubear, quizás

Observé el reloj, era tarde, siempre es tarde en esta vida que no espera mas que por la muerte; ella no llegaba y yo debía de irme lo más pronto posible si quería llegar a la cita programada.

Estaba en la estación General Anaya y debía llegar a Bellas Artes en menos de diez minutos, aún podía lograrlo, pero no si me detenía a aguardarla más. De pronto me puse a pensar en eso de la incertidumbre ante una llegada, en las miles de variables que cocina el universo mientras la gente se pone a mirarlo a uno con lástima o curiosidad mutante que se volverá lástima en unos pocos instantes. ¿Dónde se ha metido si le dije que fuera puntual? Cómo es capaz de hacerme esto una y otra vez, acaso piensa que soy su estúpido para tratarme así, o quizás este tan acostumbrada a mis ruegos que ni le va ni le viene la rabieta usual que le aplico cuando se disculpa fingidamente por dejarme más de dos horas parado; pero cómo poder molestarme con ella, si es tan indispensable, tan especial, tan preciosa que la propia sublimidad palidece cuando se entrega a mis manos y a mi boca llenándome de energía transformadora capaz de renovarlo todo.

Esta vez ha superado su record, no soy capaz de quedarme por más minutos, y comienzo a entrar en el titubeo que se vuelve angustia dentro del pecho, al imaginar la vida si es que no regresa, la más honda de las soledades sin su voz mágica y la más grande de las desesperaciones si me abandona y me deja a oscuras sin su concupiscente luz. De repente el vagón inmenso arrebata mi concentración, es ahora o nunca, he de marcharme solo esta vez o he de dejar mi cita y mi modus vivendi, pero justo en ese fugaz recorte de tiempo siento su presencia detrás mío y su cálido aliento reconforta mi mente.

Tardaste demasiado Inspiración mía, creí que esta vez si me habías dejado, pero la musa de la creatividad sólo amenaza, nunca nos deja del todo abandonados...