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jueves, 30 de octubre de 2008

Capítulo 4 El don de Julia

Raúl se retiró de la reunión seguido de Mindell Quintana, mientras que Grosso y Valdés se fueron por su lado también; Julia, por otra parte se dirigió a su consultorio y en el camino meditó sobre el poco casual comentario del Emperador, en otras condiciones no le habría dado importancia, pero ella era una persona que podía ver en las pequeñas cosas infinidad de detalles que pasarían desapercibidos por el ojo común.

Julia nació una mañana de tempestad y junto con los fuertes vientos y el estruendo celestial de los relámpagos, su llanto vino fuerte al planeta, alto y decidido, como una premonición de lo que esa niña tendría destinado, la fuerza y a la vez la sutileza propia de una mujer.

De niña, su actitud inquisitiva y su carácter travieso la hicieron amada de todos, pero a la vez forjaron el capricho de entre sus virtudes, el orgullo que la impulsaría a ser todo lo que deseara llegar a ser.

Cierto día mientras su familia la llevaba a pasear por una feria, durante su incipiente pubertad, conoció un aspecto del mundo que hasta entonces jamás le había pasado por la mente, se encontró con una gitana, una mujer que según su propio dicho, era capaz de ver el futuro de cualquier persona y de traer los hechizos de la suerte y el amor, este último un concepto aún inexplorado por ella, pero que sin duda era uno de los motivos que consideraba primordiales para vivir.

La gitana al principio fue ignorada por sus padres, pero en un descuido la aún niña se escapó de la mirada paterna y se fue a ver las artes de aquella mujer, cuya aura de misterio le atraía bastante.

La hechicera habló con Julia durante mucho tiempo, pues a pesar de la angustia de los padres de ésta, la niña se encontraba bien escondida dentro de una carpa de la feria. Mientras le leía la mano, la gitana le dijo que podía ver en aquellas líneas muchas vidas anteriores y un don especial que hasta entonces jamás había visto, un poder que no podía explicar, pero que seguramente la hacía un ser único y especial, lo que causó sorpresa en Julia, quien cada vez se sentía más deseosa de dominar ese lado mágico que recién le habían descubierto, sin embargo, en el momento en que más atenta estaba, aparecieron sus padres, al principio ansiosos y después muy irritados con ella, propinándole su primer castigo y de paso desilusionando todo aquello que había aprendido ese día.

Mientras crecía, la inquietud se iba haciendo más grande, se preguntaba a menudo si esos poderes de los que la mujer le habló, serían verdaderos y pasaba horas e incluso días enteros tratando de descubrir en ella algo fuera de lo común, pero sin éxito aparentemente.

Muchos adolescentes de su pueblo la notaban, les atraía la naciente adolescencia de Julia, les gustaba además su carácter hosco y caprichoso y la indiferencia que demostraba a todo el mundo, sin embargo ella prácticamente no se juntaba con nadie, prefería estar sola durante los descansos de la secundaria, poniendo mucha atención a las cosas que sucedían a su alrededor para poder despertar aquellos dones que le emocionaban.

Su madre, al notar la abstracción de su unigénita y su continuo intento de descubrir lo esotérico o sobrenatural, trató por todos los medios de convencerla de que esas cosas eran solo charlatanerías y pérdidas de tiempo, de que mejor debería poner más empeño a la escuela en vez de divagar y perder tantas horas en algo tan inútil y sin sentido; pero a pesar de sus esfuerzos y desavenencias, nada conseguía en Julia, excepto motivar más su orgullo y fomentar una rebeldía que no podría ser controlada.

Pero a fuerza de fracasos para encontrar sus dones y ante la insistencia de las figuras paternales de que desistiera de esos intentos, ella centró su atención a las ciencias y a las cosas explicables y aceptables por todos, sin renunciar del todo a la posibilidad de encontrar en sus adentros ese detalle que la hiciera poderosa y única.

Durante su primera juventud, al terminar su educación media, Julia decidió irse a estudiar a la capital, no por que le gustase “la Gran Ciudad”, si no por que sabía que en su localidad no encontraría las instalaciones más adecuadas para estudiar lo que más le apasionaba además de la magia: la medicina, que si no era tan apasionante como el ocultismo, de menos si le inspiraba fuertemente a entrar de lleno en el misterio más mundano pero no menos loable del cuerpo humano y sus achaques, cosa que tampoco les pareció a sus padres, y en especial a su madre con la que definitivamente ya no se llevaba bien, y que la retó a irse por sus propios medios, a valerse sola y por sí misma en ese lugar para locos y asesinos que era la metrópoli, y donde todos parecían de menos desquiciados e inmorales al por mayor, sin embargo a pesar de las amenazas de su progenitora, ella emprendió el viaje, solo con algunos de sus ahorros y una maleta en la que depositaba, además de sus sueños, su firme confianza de poder salir bien librada, gracias a los poderes que en su interior habitaban y sin duda despertarían en una situación de emergencia.

En la Ciudad Capital, la joven encontró miles de almas sin nombre, gente que anónima vivía a su lado, que incluso eran sus compañeros de universidad, pero no le decían nada mas que su notoria apatía y se sintió por primera vez sola, desamparada entre la muchedumbre sin rostro y los modos de la orbe que le hacían añorar su hogar por muy difícil que resultase volver en ese momento, pero ella supo que volver, significaría más que un fracaso, el triunfo de una verdad que no aceptaría, la verdad de que no tenía esos dones y que solo era una mujer asustada en medio de tantos sueños rotos, y eso jamás lo podría conceder, no sin luchar hasta las últimas consecuencias. Pocos días después consiguió trabajo en la propia universidad, vendiendo en una de las pequeñas tiendas que estaban dentro de las instalaciones universitarias, y empezó a recuperar la fe que creía perdida, ganó confianza y amigos, se abrió paso entre las clases y los maestros y se apasionó cada vez más con la medicina que generosa le abría las puertas de aquel conocimiento y se imaginó haciendo labores altruistas donde más la necesitaran, en las comunidades rurales, donde no había médicos, en los cinturones de miseria que decoraban tristemente la Ciudad, en cada rincón que clamara a gritos por su ayuda, pero sintió que estaba muy sola para lograr todos esos proyectos.

Un día, mientras caminaba de sus clases a su trabajo, notó a un grupo pequeño, pero muy escandaloso de estudiantes que repartía panfletos y hablaban estruendosamente, de entre ellos, el que más llamaba la atención por su voz decidida y enfática y que parecía el líder de los demás, detuvo su vista incidentalmente en Julia, mientras que ella pensó que en ese hombre algo había de diferente, algo que no podía definir pero que seguramente podía notar gracias a aquellos poderes sensoriales de los que en el pasado le había hablado la gitana, y si esa persona le había hecho sentir eso, era necesario acercarse para poder despertar a la magia que estaba escondida en ella.

El hombre le habló de su proyecto, de un proyecto compartido que requería esfuerzo solidario y ganas de soñar mucho, una meta que necesitaba adeptos que fueran distintos a la mayoría de personas, que quisieran dar todo de sí para alcanzar el gran objetivo: una comunidad, un grupo formado de pilares que lo sostuvieran, entonces Julia pensó que ese era el camino para devolverle a la medicina el favor de sus conocimientos, para desarrollar más sus poderes natos, y de paso para explicarse por que esa sensación tan extraña provenía de aquel hombre, del que a penas sabía su nombre: Raúl Ruiz, pero que sospechaba que mucho tendría que ver posteriormente y supo inmediatamente que sería uno de los pilares que necesitaba esa organización.

Desde ese momento se había desarrollado en todos aspectos y encontraba en la Comunidad un lugar bello para vivir y crecer como doctora, como persona, como pilar y como dueña de ese don tan peculiar de su sexto sentido; por esa razón, esa mañana al escuchar a Ruiz, algo en ella le había advertido que la presencia que llegaba a la mansión, distaba ser de solo un incidente sin importancia, era como si un intenso escalofrío recorriera sus venas y la pusiera sobre aviso de la tormenta que estaba por llegar al remanso de su vida.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Capítulo 3 Los Pilares

Raúl dejó a Lía sola en su casa sin volver a dirigirle palabra alguna, mientras que ella aún desconcertada decidió comenzar a reconocer el lugar lentamente, pensando que tarde o temprano se aclararía su situación, pero creyendo firmemente que ya tenía medio cuerpo dentro del lugar.

La casa de Ruiz era amplia y armoniosa, cada rincón de ella reflejaba serenidad y aunque había pocas cosas, cada una era característica de él; en la sala de estar que se ubicaba directamente frente a la puerta de entrada, había un librero atestado de ejemplares de todos tipos, desde novelas románticas hasta libros de filosofía, títulos desde El Príncipe, El Contrato Social o el Leviatán hasta Clemencia y Navidad en las Montañas, había también cinco sillones de tonos café sobrios, un aparato de sonido y un televisor junto del cual había un estante con al menos trescientas películas de diversos géneros, al centro un tapete en forma de luna llena y varias lámparas para leer. Detrás de la sala un pasillo llevaba a la cocina y el comedor y unas escaleras laterales llevaban al segundo piso donde había tres habitaciones y un baño; una de ellas el cuarto de Raúl, otra un estudio/despacho y la última un lugar con aparatos terapéuticos y máquinas para hacer ejercicio, todo ello por recomendación de una de las pilares quien era la que se encargaba de cuidarle la salud a Ruiz.

Lía recorrió el lugar y decidió dejar su maleta con sus pertenencias en la habitación de Raúl, se sentía tranquila en ese lugar y por un instante decidió recostarse y percibir el aroma que éste había dejado en el lecho, sin embargo al hacerlo una sensación poco conocida para ella la invadió, una especie de oleada cálida y agridulce que vino desde el recuerdo y le tocó el corazón, por lo que pegando un brinco y apretando los dientes recordó su propósito de estar ahí y volvió a tranquilizarse.

Mientras tanto Raúl caminaba hacia la estancia común, sus ojos casi grises se perdían en un mundo lejano y doloroso, el sitio al que deben irse las ilusiones perdidas y los amores añejos, un lugar que no deseaba visitar y sin embargo se mantenía al límite del mismo. Era temprano, pero los Pilares debían estar ya ahí, listos para la breve reunión matutina, planificar la jornada y despedirse cada uno a sus lugares de trabajo. Raúl entro al recinto, que era una especie de auditorio, en cuya tarima se estaba instalada una mesa redonda de madera en la que, justo como lo previó, estaban ya los pilares esperándolo.

La mirada de Raúl abarcó el lugar y reconoció a las cuatro personas presentes en el círculo donde solo faltaba él, al primero que vio fue a Herson Valdés, un administrador aún joven, cuyo aspecto algo desaliñado podría engañar al que lo viera de primera vez, pero cuyo profesionalismo no conocía límites, amante del humanismo e idealista de convicción, sus métodos arriesgados incluían poner siempre al capital humano como el factor determinante en los resultados de cualquier empresa; tenía los ojos casi miel, el cabello castaño a penas un poco largo, una camisa azul con los tres primeros botones sin abrochar y una esbeltez general que se perdía poco a poco con los años y un apetito voraz; él era la mano derecha del emperador, el pilar más cercano y también el más antiguo de todos, el que se había unido al proyecto cuando todo era incierto y los dilemas de salud de Ruiz parecían complicar el escenario aún más; su amistad estrecha con el Emperador no era obstáculo para que lo enfrentara de vez en cuando y para que expusiera la realidad sin endulzarla o mitigarla, sin duda esa cualidad le agradaba mucho a Ruiz que la mayoría de veces apreciaba más una crítica que un halago. Valdés era sentimental en el fondo pero siempre guardaba un silencio de meditación, como preparando la siguiente palabra que iba a decir con sumo cuidado.

Después de Herson observó a Julia Jaimes, médico general con diversas especialidades en medicina alternativa y con una personalidad misteriosa, aún para los miembros de la Comunidad, sus largos cabellos negros le llegaban hasta la cintura y sus ojos cafés eran tan profundos como dos lunas llenas y brillantes, ojos en los que cualquiera que no tuviera cuidado se podría perder y no regresar más; su tez blanca y sus facciones llegaban a coronar su belleza, pero este rasgo era a penas el preámbulo de una hermosura integral, solventada también en una gran inteligencia y un sexto sentido del cual pocos tenían conocimiento, Julia gustaba de estudiar el ocultismo en sus ratos de ocio y no pocos la juzgaban de excéntrica de vez en vez, pero ella era la guardiana del emperador, la que siempre estaba atenta de la salud del mismo y de todos los miembros de la Comunidad.

Al lado de Julia estaba Octavio Grosso, comunicólogo que parecía la antítesis del aspecto desaliñado de Valdés, ya que estaba rigurosamente arreglado y portaba ropas finísimas, consistentes en un traje negro, camisa y corbata rosas y un anillo de oro, además sus cabellos rubios perfectamente peinados y su tez blanca y cuidada con diversas cremas lo hacían parecer metrosexual. Grosso a diferencia de los demás pilares, venía de una familia rica, su madre había muerto al nacer él y su padre encargado de diversos negocios pocas veces tenía tiempo para su retoño, por otro lado, las diversas crisis financieras y un mal manejo de las finanzas habían llevado a la quiebra a su padre y posteriormente al suicidio cuando Octavio solo tenía quince años, y la generosidad de un tío le había permitido vivir, sino suntuosamente, si de forma holgada, sin embargo su educación básica, llena de modales y costumbres de gente opulenta le había permitido tener una habilidad casi mágica para desarrollarse en esos círculos y ahora en la comunidad él era el absoluto encargado de todas las relaciones públicas, la publicidad y de “refinar” a Ruiz cuando éste tenía importantes citas de negocios; políglota y simpático parecía estar siempre feliz, sin embargo solo los pilares sabían que ese aspecto en muchas ocasiones, era derivado de su sed de alcohol interminable.

Por último, pero no menos importante, el miembro más reciente de los pilares, el primero en arriesgar el capital de todos en temerarias inversiones, que en más de una ocasión atentaban en contra de cualquier especulación, pero que de una u otra forma terminaban redituando más y más para la Comunidad, el también llamado hechicero de las finanzas, el economista Mindell Quintana, de cabello negro cano desde la juventud, nariz aguileña, ojos tan cafés que parecían negros, semblante taciturno y serio, con una altura considerable y una delgadez persistente desde su niñez; había llegado a la Comunidad en busca de alguien que creyera en él y encontró en el Emperador esa confianza depositada que tanto requería para llevar a cabo sus sueños, hacer tanta plata como fuera posible y así olvidar un pasado en el que todo el mundo parecía subestimarlo y menospreciarlo. Mindell era quien se mostraba más respetuoso hacia Raúl, procuraba no contrariarlo y hacia su trabajo eficientemente, sin embargo la identificación con el grupo le costaba trabajo y solía ir a todas partes rigurosamente solo, su historia era desconocida para la mayoría de comunitarios, pero Raúl lo estimaba e intentaba que hiciera un buen equipo con el resto de los Pilares.

Al ver entrar a Raúl todos comenzaron a decirle sus planes para ese día, pero en especial había dos cosas que el Emperador quería tratar con ellos, la primera era la apertura de acciones con una empresa externa, proyecto que había presentado Mindell Quintana y que en su preámbulo había generado una serie de debates con los pilares que hacían el tema peliagudo y complejo y que por ende tenía prioridad, sin embargo la segunda, aunque pareciera más banal, le retumbaba en la cabeza, y se trataba de la llegada y quizás permanencia de Lía Alarcón.

Ruiz le pidió a Mindell que le explicara correctamente el proyecto para la apertura de acciones, pero éste le respondió que tenía preparada una presentación para el Consejo programada para la reunión nocturna y que le solicitaba entonces posponer el tema para poder abordarlo mejor, situación que desconsoló al Emperador, que esperaba poder distraerse con problemas más serios de un problema que a pesar de lo que deseaba le presentaba un dilema personal que amenazaba con mezclarse en el ámbito laboral, así que sin más preámbulo expuso el tema de Lía.


- Quisiera proponer a una persona para que se integre a la Comunidad, pero necesito tiempo para decidir correctamente si eso es lo mejor, y se los planteo desde ahora, por que mientras así lo decida estará en mi casa y no quiero que les cause extrañeza su presencia, y mucho menos que pudiesen especular sobre el tema, saben que entre nosotros no hay secretos, pero se trata de un asunto de carácter personal y agradezco su comprensión desde ahora, se trata de una mujer que conocí en el pasado y por ahora no les diré más- les dijo con voz sería pero en ocasiones entrecortada Raúl.

- Pero que dices Raúl, si es por un tiempo o quieres mantenerlo en secreto puedes confiar en nosotros, aunque me parece muy extraño que lo digas tan seriamente, no pareces ser tú, siempre tan correcto y serio, quien traiga a vivir a su casa a una mujer desconocida- le dijo Grosso en respuesta, en un tono festivo, sin embargo al ver que la expresión de Ruiz no cambiaba y su semblante seguía áspero, continuó diciendo- Esta bien, esta bien, creo que hablo por todos al decir que si es tan importante para ti tomes tu tiempo y nos comuniques tu decisión cuando quieras.

Los demás asintieron al notar que Raúl se veía preocupado, pero en la mente de cada uno reacciones diferentes se suscitaban, para Herson quien conocía mejor que nadie la vida de Ruiz, estaba claro que la persona hospedada en casa del Emperador podía tratarse únicamente de dos opciones, la primera María del Mar, la mujer que vivió con Raúl durante una temporada, antes de la inauguración de la comunidad, y la restante Lía Alarcón, la mujer que lo había dejado totalmente desolado y que era la única que en su tiempo pudo hacer que él se olvidara del proyecto.

martes, 28 de octubre de 2008

Capítulo 2 Reencuentros y recuerdos

El guardia abrió la reja y con ceño fruncido acompañó a Lía hasta la morada del Emperador.
Al penetrar en la mansión, lo primero que se divisaba era la vereda principal de la comunidad, que llegaba a un punto central y se dividía en tres partes; hacia el centro se encontraban las estancias comunes, a la derecha las casas de los Pilares y a la izquierda los edificios comunales; en el punto divergente en el que Lía Alarcón se quedó un momento a contemplar la majestuosidad de aquel sitio, se encontraba una pequeña escultura en forma de luna menguante, lo que encendió lo recuerdos de Lía, puesto que en la época en que conoció a Ruiz, éste tenía un gusto especial por dicho astro, y procuraba llevar siempre un dije con su figura, por lo que la mujer se imaginó que las manías de Ruiz estarían intactas a pesar de tantos años transcurridos y que en un rincón de Raúl ella seguía estando firme; sin embargo lo que le preocupaba era la forma en que él la recordaría.

El primer contacto visual de ambos fue en la universidad al inicio del curso, ella despampanante se presentaba ante todos con alta seguridad y estima, mientras él, mucho más reservado, guardaba cualquier comentario como si analizara cada momento de esa nueva etapa, que en teoría no debería estar investida por tanta seriedad y cálculo.
Desde el primer momento Lía notó a Ruiz, aunque no por alguna razón en especial, simple y sencillamente por que estaba sentado al frente , sin embargo, al momento en que la causalidad cruzó sus miradas ella pudo notar una combinación especial de sensaciones emanadas únicamente a causa de su persona, o eso quería creer, una mezcla de ternura y deseo que lejos de repelerla le causaba curiosidad, por el hecho de que ese sujeto pudiera conjuntar ambas cosas, matizadas por un toque de inocencia que sus pretendientes normales estaban lejos de tener, no obstante eso, Raúl estaba lejos de los estándares que ella requería para si quiera pensar en una relación, pues no tenía ni la estatura, ni el rostro, ni el físico, ni el estilo de vestir, ni alguna cosa que para ella fuera suficiente para pensar más tiempo en él, así que tras esa breve inspección ella pensó que su presencia sería completamente indiferente el resto del ciclo escolar, sin saber que ambos tendrían una historia mucho más larga.

Para Raúl la extraña estela que Lía desprendía le hizo sentir un breve escalofrío, como una sensación de terror reprimido, como una rana ante la presencia de una serpiente, o el brillo exclusivo en los ojos de un condenado, lo que en lugar de alejarlo lo invitaba a continuar observándola, pues quizás esa mujer de apariencia frívola pero atrayente, fuera una invitación viviente a creer de nuevo en aquello que aún dormitaba en el fondo de su mente, esa idea vaga de la “sublimidad” que para él se escondía en el exquisito instante cuando el amor aparecía como un milagro, como un relámpago abriéndose paso por las espesas nubes, pero tan sutil como el retoño de un árbol seco al finalizar el invierno.

Lía Alarcón llegó a la morada de Ruiz, la cual se encontraba al centro como si estuviera custodiada por las otras cuatro casas de esa zona, y al aproximarse a la puerta, el propio Raúl le abrió el paso.

El semblante de Ruiz había cambiado, esos años de distancia entre las últimas e incomprensibles frases de despedida, parecían haberlo transformado, naturalmente ya no era un jovencito pero la mirada de aquel hombre podía leerse como un gesto gris de tristeza muy a pesar de la demás expresión de su cuerpo.
Lía decifró en él la amargura de la soledad y un gusto malévolo recorrió sus entrañas, por su parte, él la veía diferente, mucho más madura obviamente, mucho más bella de lo que la recordaba, con las energías que a él le hacían falta, con ese aire de desprecio que jamás desaparecía de su ceño.

El mutismo reinó la escena, y solo se interrumpió cuando Lía se acercó al Emperador para abrazarlo, gesto que Ruiz aceptó con cautela, procurando no sentir nada, o fingir que no sentía, pero después de ese estrechamiento le dijo:

- Han sido quince años ya, quince largos años desde que desapareciste- le dijo él con una voz fuerte que ocultaba un tono trémulo.
- La vida me ha devuelto a donde pertenezco Raúl, y esta vez no te será fácil verme partir- le contestó ella con un sugerente tono de familiaridad.
- ¿Acaso la edad no te transforma? Pretendes revivir lo que me costó años de dolor superar, pretendes irrumpir en el pasado sin saber con que fuerzas te metes, energías llenas de resentimiento y dudas.
- No te creo, tu no eres capaz de odiar con la pasión con la que amas, y si pude conocerte en aquellos días se muy bien que no eres de aquellos que olvida un gran amor.
- Tienes razón, yo no olvido nunca, pero eso no me interesa ahora, lo que quiero es saber que te trae a verme, sé franca, no me debes nada, ni tengo yo obligación de verte, pero lo he hecho y quiero saber si debo comenzar arrepentirme.
- Ya te lo he dicho, he venido aquí por ti, para recuperar lo que entonces no pude mantener, pero ahora con los años de la experiencia se que podré hacerlo.
- ¡Basta de juegos Lía! Ya no tengo la paciencia de hace tantos años, dime la verdad ¿a qué rayos volviste?
- No tengo a donde ir, no me queda nada, el destino me ha puesto en mi lugar y vengo aquí a pedirte que me aceptes una vez más, eso es todo.

Raúl la miraba fijamente, en los ojos de ella podía ver tristeza también, aumentada con una dosis de desesperación, sin embargo los recelos del pasado lo torturaban a cada momento y no estaba dispuesto a perdonar y olvidar lo que jamás había comprendido, así que tomando la determinación ganada a pulso junto con el nombre de “Emperador” le mencionó tranquilamente:

- No estoy yo para ser héroe de nadie, ni para pedirte cuentas, pero esta casa, y la Comunidad entera no se cierran a nadie que venga sinceramente.
- ¿Entonces me crees?
- No Lía, pero tampoco me interesa creerte, puedes quedarte aquí si en verdad no tienes a donde ir, pero no seré yo, sino el consejo de los pilares, quien decida si tu puedes quedarte.

Lía sintió desprecio en aquellas palabras, pero a pesar de eso, también sintió el temblor disimulado de Ruiz cuando la abrazaba, tenía una esperanza de tomar lo que deseaba y se aferraría a ella, como se aferra un moribundo a la vida.

lunes, 27 de octubre de 2008

Capítulo 1 Lía Aparece

Luz tenue se colaba entre las rejas de la entrada, la mansión estaba resguardada tras metálicas lanzas de aspecto certero, pero tras la apariencia irascible de aquella fachada se encontraba un lugar fuera de lo común, la utopía que habían soñado los creadores de esa fastuosidad.
En la cima de aquellas rejas un letrero avisaba al visitante a que atenerse al ingresar: “Deja el mundo afuera”.
Una mujer se encontraba de pie frente a dicho escenario, su cabello teñido brillaba al recibir la luz solar de aquella mañana incipiente y su tono de piel blanco y terso permitía un juego de matices con cada destello luminoso. Su figura estilizada dibujaba un cuerpo de proporciones perfectas y belleza fina, cual si hubiere sido delineada por la hábil diestra de un escultor, hermosura que apenas se veía opacada por una nariz chata y sólo un poco prominente.
La mente de aquella mujer divagaba en el esfuerzo de aclarar sus ideas y recordar los motivos para adentrarse en otro mundo, un sitio donde lo que menos conocía era el posible rumbo de su existencia, la cual se vería notoriamente afectada por un hombre, un sujeto que alguna vez le había jurado amor y que por un desdén del destino ahora debía odiarla con todas sus fuerzas, pero no podía asegurarlo y aquella visita era en parte una moneda al aire, como todas las decisiones que podemos tomar.
Después de dudar por algunos minutos tocó una campana rústica que hacía las veces de un timbre y por respuesta un guardia se apareció presuroso cual si fuera una invocación.
-¿Que se le ofrece? -preguntó el guardia con desdén.
- Busco al señor Raúl Ruiz- dijo la mujer con firmeza en sus palabras.
- ¿Tiene cita? No he sido notificado por el señor Ruiz ni por ninguno de los Pilares.
- No tengo cita, pero igual me recibirá, solo dígale que Lía Alarcón le busca- anticipó la mujer ante cualquier rechazo del guardia, con el mismo tono rígido y digno de su frase anterior.
-Espere entonces señorita- gruñó el guardia al sentir una orden en vez de una petición; sin embargo el acceder a esa casa no era del todo difícil, cualquiera podría hacerlo, la dificultad sería en todo caso quedarse, y por otro lado Lía sabía que su nombre era extremoso o le abría esas rejas o las cerraba para siempre.
Raúl Ruiz era parte del pasado de Lía, un hombre de contrastes, debilidad física pero poder mental, temperancia pero impaciencia ante lo que le parecía injusto, inquietud y sobriedad, una persona con momentos críticos de salud, pero siempre dispuesto a levantarse una vez más. Fundador de aquella casona, sus motivos para impulsarla eran desconocidos para casi todos los habitantes, pero Lía, una completa extraña ahí, quería adivinarlos en base a sus propios pensamientos, es decir, en base a la soledad y el deseo de poder, sin saber que estaba completamente equivocada.
Ruiz podía parecer a primera vista pretencioso y egocéntrico, pero de alguna manera lograba hacer que esos defectos se volvieran en virtudes altamente productivas para sus fines, él comulgaba con las ideas de igualdad, solidaridad y fraternidad y la mitad de su vida se la había pasado buscando personas afines a sus sueños, de tal manera que aquella ilusión fuera colectiva y no individual, un proyecto en vez de una locura, un lugar alejado del odio y la avaricia donde la tranquilidad reinara hegemónicamente. Es verdad, al ser solo un humano uno de sus motivos más importantes lo fue también el miedo, el terror a desaparecer sin dejar nada en el mundo, sin siquiera un legado de su breve paso por la vida y de que la idea de la soledad no pudiera ser vencida nunca en su corazón. Así de real era Ruiz, con miedos y fortalezas, con un físico deleble pero un deseo inmortal.
Su ilusión se vio materializada en un principio al encontrar a cuatro compañeros, un equipo formado por personas a quienes conoció en etapas importantes de su vida y en vísperas de la construcción de su sueño.
Gracias a su apoyo multidisciplinario y a un régimen de ahorro e inversión efectivos, planeó negocios fructíferos, se arriesgó muchas veces, pero logró una riqueza considerable con el respaldo de sus cuatro socios, la cual arrojó al proyecto mayor, ese en cuya entrada Lía seguía esperando una respuesta, el mismo que tras de arduos años de trabajo había transformado un terreno gigante en “La Comunidad” un palacio conformado de un impresionante edificio comunal, muchas estancias comunes y cinco casas que eran el orgullo de los fundadores.
Dentro de ese edificio comunal, doscientas personas de variados orígenes convivían diariamente, la mayoría de ellos, miembros de las empresas que alimentaban el proyecto, mientras que los demás eran piezas fundamentales para mantenerlo engrasado y funcionando, tan así que cada hombre mujer y niño se sentía identificado con la Comunidad, cada uno sabía que debía realizar un trabajo sin el cual las cosas simplemente no marcharían.
Cientos de personas y miles de historias convergiendo ahí, edades, géneros, condiciones, todo resumido en aquella “locura” y todos esos elementos llamando respetuosamente a Raúl Ruiz “Emperador”, mote que le desagradaba por ser tan exclusivo, pero al mismo tiempo le llenaba de orgullo, por saber que todo su trabajo tenía una recompensa. A sus cuatro amigos la gente no los olvidaba, les llamaba “Pilares” y así los sentían, como cuatro cimientos aguantando el peso del lugar y apoyando al Emperador.
Sin embargo no todo podía ser azul añil, el lado sombrío del Emperador existía, enfermedad y cansancio le rodeaban, además de que su vida amorosa resultaba ser un problema, sus relaciones actuales estaban basadas irremediablemente en el interés de las mujeres que le buscaban para vivir sino opulentamente, al menos sin preocupaciones, obtener libertad de seguir con sus vidas solteras pero no ofrecer a cambio nada, ni siquiera sentimientos de cariño o agradecimiento, lo que gradualmente le había provocado una herida sentimental a Ruiz.
María, su último cariño real, le había dejado por causa de la Comunidad y ahora todo lo amoroso le parecía un desastre, pero no obstante eso, cada uno de esos pequeños detalles había conformado su personalidad.
En éste orden de ideas y por sus ocupaciones, Raúl no estaba con frecuencia en la mansión, pero por caprichos del destino, esa mañana en que Lía Alarcón llegó a la Comunidad él se encontraba en casa revisando algunos archivos y escuchando música leve, mientras su mente le traía a María como una visión tormentosa. En esas estaba, cuando el sonido de su intercomunicador rompió su distracción y le heló la sangre cual si fuera una premonición, quizás un mal presentimiento.
Por su mente pasaron muchas cosas en el momento en que escuchó del guardia el nombre de la mujer que lo buscaba, primordialmente sentimientos encontrados y miles de hechos agridulces; por supuesto, una cosa era segura, Lía Alarcón estaba muy presente en el cerebro del Emperador y ahora le tocaba decidir si estaría nuevamente presente en su vida.
Raúl se levantó de su escritorio y emitiendo una voz mecánica dijo:
- Permítele pasar, la veré aquí mismo.