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lunes, 27 de octubre de 2008

Capítulo 1 Lía Aparece

Luz tenue se colaba entre las rejas de la entrada, la mansión estaba resguardada tras metálicas lanzas de aspecto certero, pero tras la apariencia irascible de aquella fachada se encontraba un lugar fuera de lo común, la utopía que habían soñado los creadores de esa fastuosidad.
En la cima de aquellas rejas un letrero avisaba al visitante a que atenerse al ingresar: “Deja el mundo afuera”.
Una mujer se encontraba de pie frente a dicho escenario, su cabello teñido brillaba al recibir la luz solar de aquella mañana incipiente y su tono de piel blanco y terso permitía un juego de matices con cada destello luminoso. Su figura estilizada dibujaba un cuerpo de proporciones perfectas y belleza fina, cual si hubiere sido delineada por la hábil diestra de un escultor, hermosura que apenas se veía opacada por una nariz chata y sólo un poco prominente.
La mente de aquella mujer divagaba en el esfuerzo de aclarar sus ideas y recordar los motivos para adentrarse en otro mundo, un sitio donde lo que menos conocía era el posible rumbo de su existencia, la cual se vería notoriamente afectada por un hombre, un sujeto que alguna vez le había jurado amor y que por un desdén del destino ahora debía odiarla con todas sus fuerzas, pero no podía asegurarlo y aquella visita era en parte una moneda al aire, como todas las decisiones que podemos tomar.
Después de dudar por algunos minutos tocó una campana rústica que hacía las veces de un timbre y por respuesta un guardia se apareció presuroso cual si fuera una invocación.
-¿Que se le ofrece? -preguntó el guardia con desdén.
- Busco al señor Raúl Ruiz- dijo la mujer con firmeza en sus palabras.
- ¿Tiene cita? No he sido notificado por el señor Ruiz ni por ninguno de los Pilares.
- No tengo cita, pero igual me recibirá, solo dígale que Lía Alarcón le busca- anticipó la mujer ante cualquier rechazo del guardia, con el mismo tono rígido y digno de su frase anterior.
-Espere entonces señorita- gruñó el guardia al sentir una orden en vez de una petición; sin embargo el acceder a esa casa no era del todo difícil, cualquiera podría hacerlo, la dificultad sería en todo caso quedarse, y por otro lado Lía sabía que su nombre era extremoso o le abría esas rejas o las cerraba para siempre.
Raúl Ruiz era parte del pasado de Lía, un hombre de contrastes, debilidad física pero poder mental, temperancia pero impaciencia ante lo que le parecía injusto, inquietud y sobriedad, una persona con momentos críticos de salud, pero siempre dispuesto a levantarse una vez más. Fundador de aquella casona, sus motivos para impulsarla eran desconocidos para casi todos los habitantes, pero Lía, una completa extraña ahí, quería adivinarlos en base a sus propios pensamientos, es decir, en base a la soledad y el deseo de poder, sin saber que estaba completamente equivocada.
Ruiz podía parecer a primera vista pretencioso y egocéntrico, pero de alguna manera lograba hacer que esos defectos se volvieran en virtudes altamente productivas para sus fines, él comulgaba con las ideas de igualdad, solidaridad y fraternidad y la mitad de su vida se la había pasado buscando personas afines a sus sueños, de tal manera que aquella ilusión fuera colectiva y no individual, un proyecto en vez de una locura, un lugar alejado del odio y la avaricia donde la tranquilidad reinara hegemónicamente. Es verdad, al ser solo un humano uno de sus motivos más importantes lo fue también el miedo, el terror a desaparecer sin dejar nada en el mundo, sin siquiera un legado de su breve paso por la vida y de que la idea de la soledad no pudiera ser vencida nunca en su corazón. Así de real era Ruiz, con miedos y fortalezas, con un físico deleble pero un deseo inmortal.
Su ilusión se vio materializada en un principio al encontrar a cuatro compañeros, un equipo formado por personas a quienes conoció en etapas importantes de su vida y en vísperas de la construcción de su sueño.
Gracias a su apoyo multidisciplinario y a un régimen de ahorro e inversión efectivos, planeó negocios fructíferos, se arriesgó muchas veces, pero logró una riqueza considerable con el respaldo de sus cuatro socios, la cual arrojó al proyecto mayor, ese en cuya entrada Lía seguía esperando una respuesta, el mismo que tras de arduos años de trabajo había transformado un terreno gigante en “La Comunidad” un palacio conformado de un impresionante edificio comunal, muchas estancias comunes y cinco casas que eran el orgullo de los fundadores.
Dentro de ese edificio comunal, doscientas personas de variados orígenes convivían diariamente, la mayoría de ellos, miembros de las empresas que alimentaban el proyecto, mientras que los demás eran piezas fundamentales para mantenerlo engrasado y funcionando, tan así que cada hombre mujer y niño se sentía identificado con la Comunidad, cada uno sabía que debía realizar un trabajo sin el cual las cosas simplemente no marcharían.
Cientos de personas y miles de historias convergiendo ahí, edades, géneros, condiciones, todo resumido en aquella “locura” y todos esos elementos llamando respetuosamente a Raúl Ruiz “Emperador”, mote que le desagradaba por ser tan exclusivo, pero al mismo tiempo le llenaba de orgullo, por saber que todo su trabajo tenía una recompensa. A sus cuatro amigos la gente no los olvidaba, les llamaba “Pilares” y así los sentían, como cuatro cimientos aguantando el peso del lugar y apoyando al Emperador.
Sin embargo no todo podía ser azul añil, el lado sombrío del Emperador existía, enfermedad y cansancio le rodeaban, además de que su vida amorosa resultaba ser un problema, sus relaciones actuales estaban basadas irremediablemente en el interés de las mujeres que le buscaban para vivir sino opulentamente, al menos sin preocupaciones, obtener libertad de seguir con sus vidas solteras pero no ofrecer a cambio nada, ni siquiera sentimientos de cariño o agradecimiento, lo que gradualmente le había provocado una herida sentimental a Ruiz.
María, su último cariño real, le había dejado por causa de la Comunidad y ahora todo lo amoroso le parecía un desastre, pero no obstante eso, cada uno de esos pequeños detalles había conformado su personalidad.
En éste orden de ideas y por sus ocupaciones, Raúl no estaba con frecuencia en la mansión, pero por caprichos del destino, esa mañana en que Lía Alarcón llegó a la Comunidad él se encontraba en casa revisando algunos archivos y escuchando música leve, mientras su mente le traía a María como una visión tormentosa. En esas estaba, cuando el sonido de su intercomunicador rompió su distracción y le heló la sangre cual si fuera una premonición, quizás un mal presentimiento.
Por su mente pasaron muchas cosas en el momento en que escuchó del guardia el nombre de la mujer que lo buscaba, primordialmente sentimientos encontrados y miles de hechos agridulces; por supuesto, una cosa era segura, Lía Alarcón estaba muy presente en el cerebro del Emperador y ahora le tocaba decidir si estaría nuevamente presente en su vida.
Raúl se levantó de su escritorio y emitiendo una voz mecánica dijo:
- Permítele pasar, la veré aquí mismo.

1 comentario:

Unknown dijo...

Señor Emperador, es verdaderamente grato tener noticias suyas, y ver que no se olvida de ese proyecto

Un saludo muy afectuoso de una aspirante a ser miembro de la casa.