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martes, 13 de abril de 2010

Capítulo 31.- Puntos suspensivos.

¿Quién sabe lo que pasa por la mente de un comatoso? ¿Alguien podría explicar lo qué invade la cabeza de un delirante, o lo qué ocupa los pensamientos de un desquiciado?

Ruiz pensaba en ello largo tiempo repartido en los instantes de su diario devenir, ya sea en las breves pausas entre las reuniones del Consejo, mientras conducía su vehículo hacia las empresas que dirigía, o en aquellas noches de soledad infinita en que a lo lejos se inventaba a si mismo un aullido desgarrador que pusiera fin a tanto y tan insoportable silencio.

Quería saber la respuesta a tan extrañas interrogantes, pero le daba temor imaginar que la única forma de obtenerla sería estar en la situación de esas personas, que quizás para los demás, habían dejado de serlo, precisamente en aras de su perdida racionalidad, que tantos y tantos siglos había servido de estandarte para permitirse toda clase de excesos y arbitrariedades. 

Ahora, que precisamente se encontraba, sin desearlo o deseandolo demasiado, en esa situación, no podía sino ver desfilar los recuerdos y nada más. No podía hilar un pensamiento coherente que no tuviera que ver con los labios de Lía o los ensueños de María, que no tuviera inmiscuidos a Valdés, a Jaimes, a Grosso y hasta a Quintana, pero sobre todo, no podía estar consciente de que su debilidad lo había arrastrado al borde de la muerte y que ahora cualquier cosa que le ocurriera estaría fuera de su control, e inclusive fuera del control de cualquier persona; para los religiosos, todo estaría en manos de Dios, para los ateos, en manos de la ciencia, para los soñadores, en manos de la entereza del Emperador, pero para todos, esa situación se encontraba más allá de algo que pudieran predecir, o al menos soportar.

El Emperador de la Comunidad estaba en coma, mientras Lía Alarcón y Mindell Quintana continuaban conspirando, mientras Herson Valdés huía a alta velocidad con una extraña de nombre Liliana Lara, mientras Julia Jaimes se reprendía a si misma una y otra vez reprochándose el no haberse dado cuenta del estado de Raúl, el no haber sido más fuerte y enérgica para detenerlo, para al menos decirle que lo quería y que en ese momento daría lo que fuera solo por tenerlo en esta realidad una vez más, mientras Octavio Grosso ensimismado, como era su estado natural, solo podía pensar en lo mucho que necesitaba un trago y lo dificil que serían las cosas sin alcohol y mientras el propio Raúl Ruiz, continuaba viendo pasar aquellos días que sin duda no regresarían jamás.