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martes, 2 de agosto de 2011

Gamble

Ella escondió su mirada nuevamente, pero qué caso podría tener si su alma yacía desnuda enfrente de él, mientras tanto los ojos de él se movían nerviosamente, como impedidos de quedarse quietos, pues la estática para su mente incontenible, era igual que la muerte, ambos sabían que todo terminaba, pero ninguno quería hablar, ambos se negaban a comenzar su epitafio, el epílogo de una historia que jamás volvería a ser contada, como nunca regresan las hojas que se marchitan en el otoño, como jamás vuelve aquella mirada que solo se regala una vez en la vida.
- Dime al menos qu estás segura y me retiraré contento con la frente en alto.
- Es que no lo estoy, no puedo saber si me estoy equivocando, no quiero pensar si me estoy equivocando.
-Tienes razón, he formulado mal mi petición, al menos dime si es esto lo que quieres, lo que te dicta el alma, ese espíritu libre y a la vez condecendiente que te habita.
-  Te repito que no lo se, lo único que se es que te voy a extrañar, que ahora mismo he comenzado a hacerlo.
- Eso querida mía, no es una respuesta, pero considero que no puedo exigirte ni exigirme nada más que esto, después de todo lo único cierto es esta incertidumbre, después de todo lo único que tenemos es el azar y nuestras pretendidas decisiones... así que si de menos has decidido, yo me marcharé como te prometí, sin aspavientos, sin dolores, ni mucho menos reproches, solo con la imagen de tu felicidad que es mi premio.
- No se si voy a casarme a fin de año, no se que vaya a ocurrir, lo único que se es que he comenzado a añorarte, a depender de ti, a confiar en tu escencia, sin necesidad de oir tus palabras.
- En cambio lo que yo se en este momento es que mi corazón nuevamente está partido en dos mitades, una desea fervientemente volver a esperarte y prometer que estaré ahí si me necesitas, pero la otra no está dispuesta a pasar por eso, la otra sabe que no lo soportaría, que no es lo que me merezco y esta vez, debo dejar que gane la cordura en vez de la apuesta.
- Entonces no puedo decir nada más, no podría obligarte ni detenerte, no podría decirte si me estoy equivocando.
- Pero si puedes irte y dejar que me vaya...

Dejar ir es una virtud que pocos tienen, pero todo pasa y nada permanece, ahora ambos caminan juntos, pero saben que están más distanciados en su cercanía de lo que nunca volverán a estar y que como la tarde, aquello también se termina.

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