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jueves, 22 de octubre de 2009

Capítulo 17 Redención

Octavio pasó varias horas relegando trabajo, su malestar no desaparecía y aunque quería distraerse de él, solo podía enfocar más su atención en ello, por esa razón sabía que no rendiría lo mismo en sus labores y se encontraba deseoso de que sus colaboradores lo hicieran.

Mientras tanto, acudió a su oficina, cosa rara en él, se quitó los zapatos y el saco sport, y se reclinó en el sofá que se encontraba en un rincón de la misma, con vista a una pantalla plana de tamaño considerable, que a pesar de su lujo era pocas veces usada por alguien, solamente por él en días raros como ese, o por algún secretario furtivamente, en busca del resultado de algún juego deportivo, o una serie de novedad, pero ese día Grosso se acomodó plácidamente, o al menos lo más que le permitían sus dolencias y comenzó a ver ociosamente algo que pudiese distraerlo al menos un poco del molesto hormigueo punzante de su abdomen.

En medio de las patéticas programaciones de la televisión, que naturalmente no conseguían distraerle de su molestia y por el contrario le provocaban más nauseas, lo único que le quedó era fijarse en la publicidad, su área, su pasión, y extrañamente también su disgusto más grande, cuando como en ese momento, veía comerciales basura, un desperdicio de dinero y minutos al aire que seguramente resultaría en una campaña fracasada para la marca que los había comprado; asimismo se fijaba en algunos comerciales de cerveza y otros embriagantes, y además de la sensación de un picor excitante y sediento en su paladar, también éstos le allegaban memorias más alegres, cuando, como en la publicidad que veía, él también estaba en bulliciosos bares y fiestas madrugales, bebiendo y sintiéndose tan libre, como nadie más podía serlo, tan grande y tan joven como cualquier actor de los comerciales, o quizás más, tan poderoso como el mismo Ruiz, o quizás aún como los Cuatro Grandes.

El alcohol en su vida era más que una bebida o un pasatiempo, era un amigo, un apoyo, una burbuja que le mantenía lejos de los problemas y a veces de él mismo; así que pensando en sus diarias tropelías acompañado de su “amigo”, su memoria se remontaba más y más atrás en el tiempo, y de esa forma pudo ver los días de su niñez, cuando su padre era tan importante, tan rico, tan grande, tan ausente, tan voraz, tan frío, tan extraño, y tan irreal, quizás tan irreal como las pinturas con las que engalanaba su hogar, cuadros de autores renombrados, que aunque para un niño de la edad de Octavio, eran sumamente difíciles de apreciar, si eran capaces de infringirle miedo como para tocarlos, bajarlos, o hacerles alguna maldad, pues su madrastra siempre le amenazaba con el latente “no lo hagas o te las verás con tu padre”, entonces para Grosso esa amenaza hacía que su sangre se helara y que sus pequeñas piernas temblaran por horas buscando reprimirse en una necesidad de tranquilizarse y dejar eso atrás, para continuar con sus andanzas de niño.

La madrastra de Octavio era una mujer joven y muy bella, se había casado con su padre unos pocos años después de su nacimiento y muerte de su verdadera madre, y la comunicación que mantenía con el entonces niño Octavio, era básicamente para reprenderle, atemorizarle y correrle de su vista.

Así las cosas y mientras los años pasaban y los juegos iban haciéndose más escasos, Grosso se preguntaba lo que sería tener un padre, uno como los que tenían varios de sus compañeros de colegio, esos que a pesar de ser considerablemente ricos también, dedicaban horas y hasta días importantes de sus vidas con sus familias, paseando a sus hijos, comprándoles juguetes, jugando con ellos, en fin, todas esas cosas que empezaban a causarle una añorancia importante, a pesar de que se repetía a sí mismo que eran tonterías que no necesitaba, pues después de todo, a pesar de que jamás había estado para compartir una comida con él, su padre era el más respetado de los patriarcas del colegio al que asistía; a pesar de que nunca le había acariciado el cabello por las noches de tormenta, su padre era “la persona que más te quiere en este mundo y hace todo por ti, así que debes dejarlo hacer sus cosas y no molestarlo”, esto a concepto de su madrastra; a pesar de que solo lo conocía como una imagen vaga en su mente, como un hombre gigante que estaba siempre de paso y corriendo por las habitaciones, diciendo maldiciones a la servidumbre y apartándolo si osaba estorbar en las cosas de adultos, él era la imagen de muchos cuadros de su mansión y eso, según su madrastra, debía serle suficiente para respetar su efige.

Octavio se preguntó entonces como era capaz de extrañar a un hombre que no conocía, y se hizo el firme propósito de no necesitarlo, o de necesitarlo lo menos posible, y aunque lo más natural era que buscase el cariño faltante en su madrastra, le resultó peor, pues ella siempre estaba con otra gente, sí en la casa, sí a su vista, sí cerca de él, pero siempre ocupada, siempre en pláticas, en juegos de canasta, en la televisión, en la cancha de tenis con el instructor o en la alberca pero sola, para aliviar sus tensiones.

Octavio entonces no tenía con quien ir, pero seguía convenciéndose de que no hacía falta, después de todo le iba bien, en el colegio sus amigos le envidiaban y respetaban, los maestros no se metían con él, pues las donaciones de parte de su padre, eran un salvoconducto para cualquier reprimenda, todo lo que deseara de objetos materiales estaba a su alcance, y si tenía hambre, sed, frío o alguna dolencia, solo tenía que mandar llamar a la criada para que ella fuera quien le resolviera el problema. Sin embargo, a pesar de que parecía que todas las dificultades se rebajaban a poder llamarle a la servidumbre, había otra que no se podía quitar de encima, la molesta y odiosa soledad, por que ya no era divertido jugar solo, comer solo, salir solo, ya no era divertido fijarse como sus amigos se iban acompañados de sus madres o padres, mientras él caminaba al auto, donde el chofer parecía ser mudo y los demás empleados estaban penados por su madrastra para que no hablaran con él, ya que le parecía que podían maleducarlo con sus bajezas. Entonces, aunque se sentía mal por hacerlo, comenzó a espiar a su madrastra, a verla desde el barandal, mientras ella charlaba con otras mujeres, a observarla mientras jugaba tenis, a quedarse dormido viéndola, cuando ella miraba televisión y a vigilarla desde su ventana mientras ella se asoleaba en la piscina, pues así al menos podía hacerse a la idea de que se acompañaban, de que su madrastra y él alejaban a sus mutuas soledades, y esto lo pensaba, por que en sus furtivas visiones había observado a su madrastra beber y maldecir, beber y quejarse de su suerte, beber y abrazar al maestro de tenis para que se quedara al menos una hora mas, con muy poca suerte; así que Octavio pensaba que ella también se sentía sola, solo que de una forma diferente, de una forma que no podía comprender, pues aún era un niño, y no se imaginaba la terrible soledad que da cuando te rodeas de tanta gente, personas sin rostro, sin voz, que son aún peores que la más cruda ausencia. Pero cuando quiso decirle a su madrastra que no estaba sola, que él también se sentía así y que ambos podían estar mejor juntos, solo recibió una bofetada y un insulto: “niño estúpido, no intentes meterte en el mundo de los adultos, no me estorbes, aprende y haz tus cosas, tus deberes y tus obligaciones, por que eso le debes a tu padre que nos da todo, no vengas con tonterías a verme, estoy realmente ocupada, así como tu también deberías estarlo con tus deberes del colegio”.

Octavio se sintió traicionado, herido, y más jodidamente solo que nunca, y así termino su niñez, para entrar en la adolescencia, y el recuerdo del valor que su madrastra se daba con la bebida, pues era obvio que el alcohol era lo que la incitaba a hablar tan fuerte, a quejarse, a encerrarse con el maestro de tenis, a correr a las sirvientas casi todas las semanas, fue retomado por él, así que empezó a utilizarlo, y efectivamente, con su ayuda las cosas no parecían tan tristes, con su ayuda su madrastra le importaba un comino, y su padre aún más, con su ayuda sentía que podía botar la casa y los bienes de papá para irse a buscar vida solo y feliz, cuando a él le placiera hacerlo, con su ayuda, no volvió a sentirse solo, ni siquiera cuando todo el emporio de su padre se vino abajo y la persona que antes veía gigante e irreal, por fin se quedó en casa muchas horas, pero no fue posible verlo, no fue posible hablarle, no fue posible conocerlo, porque su padre, ya más viejo que en las pinturas, ya más humano que en los pensamientos del infantil Octavio, ya más acabado, sin respeto, molestado, y agobiado por los cobradores, solo atinó a encerrarse en su despacho por horas que se hicieron días, hasta que una mañana, cuando su madrastra se quejaba amargamente con Octavio en el comedor, y se preguntaba cual sería su triste destino, una detonación acabó con la cháchara de la mujer y también puso punto final en la historia de el padre de Octavio Grosso.

Por eso, ahí acostado rememorando una historia que quizás debería de olvidarse, renegó del imbécil matasanos que lo había atendido, pues el alcohol no lo iba a traicionar como su madrastra, ni lo haría ser un fracasado como resultó su padre a fin de cuentas, el alcohol alejaría la tristeza como siempre lo había hecho, pues su salud no estaba minada, él no era débil, él seguiría siendo el mismo hasta la muerte, y aún la muerte era un concepto lejano en el que no se debía ni se necesitaba pensar. Ignoraría al médico, ignoraría el dolor y se iría a su bar preferido, conquistaría una mujer y la tendría toda la noche, probándose de ese modo que estaba completamente saludable, y si Raúl requería su presencia para contarle de la Junta en la Cámara, inventaría una excusa, lo que fuera en pos de su noche de redención, y del final de ese paréntesis tan innecesario, lo que fuera, con tal de volver a la libertad de siempre.

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