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miércoles, 23 de junio de 2010

La niña en la acera

Una y otra vez la vi sentada en aquella acera, parecía estar observando a todo mundo y a nadie a la vez, su mirada distraida dejaba ver unos ojos grandes y unas pestañas soñadoras, siempre yendo hacia arriba y creando la ilusión de aún más grandeza en sus pupilas. La cortina de acero que quedaba a su espalda siempre estaba cerrada, señalando la existencia de una accesoria que alguna vez quizás tuvo éxito, pero que por alguna razón ahora yacía quebrada como seguramente quebrado estaría su dueño. Nunca supe si ella tenía algo que ver con esa accesoria, o si tan solo era una casualidad que permaneciera sentada por largo tiempo tan seguido ahí.

Los días en que ella no aparecía en su habitual guarida, eran los más largos, el trayecto de mi casa a la universidad se hacía eterno sin esos ojos traviesos observándome solo de rabillo y nunca directamente, pero cuando a lo lejos divisaba su presencia, sabía que se repetiría el ritual de pasar supuestamente ignorándola, mientras seguramente ella hacía lo mismo, y después al alejarme discretamente, siempre encontrarla y encontrarme en un recorrido visual que nos acercaba por lo menos un poco antes de perdernos nuevamente.

Sí, ella me miraba cuando yo estaba de espaldas, y yo la miraba desde todos los ángulos, pero ni por esas me decidía a hablarle, prefería invertarme historias con ella, de manera tal que yo pudiera crear nuestro encuentro de miles de formas increíbles, pero a final de cuentas con el mismo resultado, la invención de un bello idilio que nos guiara finalmente a estar juntos, juntos ella con sus aproximados 16 años y juntos yo con mis casi 20, ambos en una edad donde soñar se permite más que en ninguna otra.

A pesar de eso, cierto día ella dejó de aparecer definitivamente en su lugar, no se volvieron a ver sus ojos, sus pupilas y pestañas, se negaron para mí las miradas de reojo y las risas tontas y ahogadas, y solo reinó la calle, la acera, la cortina y la soledad que se emperraba en dejarme ya sin ese sueño, sin esa esperanza.

Ahora, han pasado muchos años, y mi camino ya no es el mismo, ese trayecto ha desaparecido para mí, y mi paisaje actual lo componen edificios y empresas sin nombre y sin esas pupilas ya tan lejanas, y aveces me pregunto donde estará aquella niña que alegró mis mañanas, donde estarán todas esas ilusiones que llenaron mi corazón y me abandonaron para dar paso a estas letras desamparadas. 

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