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martes, 30 de octubre de 2018

Capítulo 38 Sacrificios


Los habitantes de Quetsaí  piensan que la tierra es una extensión suya, o mejor dicho, que ellos  son una extensión de la madre que los alimenta, que los acoge en su calidez y no los desampara, ejemplo vivo de su fertilidad, a la que rinden tributo, con danzas, con rituales, con gestos naturales alejados del falso pudor y del morbo tan propio de la gente ajena; son fieles testigos de su ternura y de su capacidad de morir y renacer en un ciclo interminable, y son tan agradecidos con ella que saben que cuando su tiempo llegue, su sangre será savia que calme su sed, y sus  huesos cenizas que la nutran. Pero los extraños los horrorizan, vienen con sus ojos sin alma, su lenguaje hosco  y su interminable ambición, para ellos la tierra es un pedazo de dinero sin labrar, nada más que polvo que desechar cuando ya no sea útil para producir la hierba que debería ser sagrada, pero que en sus manos, no es más que mercancía de depravación, por eso se han cerrado tanto y están a punto de extinguirse, porque quizás no consideren dignos a los extraños para guardar siquiera un ápice de lo que fue su cultura, pero tengo fe en que no todos piensen lo mismo que el Orador del pueblo- le dijo a Julia la joven Zyan enviada por Ruiz, mientras viajaban incómodamente en el camión de carga, ya casi a punto de llegar al pueblo de su destino.
Julia pensó en lo diferente que era esa conversación de la que había tenido con el Comandante de la Zona que las había revisado antes de pasar por las fronteras de Quetsaí y recordó en su memoria aquellos ojos irritados y rojizos y  el cabello cano sobre las orejas de aquél mal funcionario, que le llamaron la atención, mientras éste no dejaba de verle los senos y tocarse la barbilla, al tiempo que la amenazaba cínicamente, -Su patrón no es nadie aquí, para imponer nada, y menos si es tan marica que la manda a usted, una muchacha tan guapa en su nombre, hay unos ricos locos, que nomás se la pasan pensando pendejadas para gastar su dinero y su tiempo, de no ser porque el señor que usted sabe,  nos dijo, ni siquiera lo hubiéramos escuchado, los malos no tardan en tomar ese pueblo mugroso, y si los indios no se vienen con nosotros, o los obedecen en cultivarles y dejarles las tierras, no va a quedar uno sólo vivo, aunque viéndolo bien mirado, el supremo gobierno no les está dando un verdadero lugar al que irse, sea como sea que jueguen pierden, y lo mismo para usted y su patrón, si él no cumple con la segunda parte de lo que prometió, que es bastante diría yo, se le acaba a usted su segurito de vida, yo no soy pilmama de nadie, y si meto las manos al fuego, sólo sería por una hembra que fuera mía, así que ya sabe a qué atenerse güerita, tiene cinco días para hacer lo que chingados haya venido a hacer, y si al rayar el sol del sexto día no está nuestro complemento en mis manos, no vamos a meternos en el camino de los malos ni por usted, ni por nadie, a menos que vaya usted hablando por esa boca, bueno no nada más hablando- dijo el policía mientras se carcajeaba.
Impotente como nunca, pero confiando hasta el final en Raúl, Julia se retiró del lugar altiva, escondiendo su temor a que ese sujeto la matara o peor, y pensando que no requería de usar su don para conocer sus intenciones.
Cuando por fin llegaron al Pueblo, Julia volvió a decepcionarse, no tuvo ninguna buena impresión su presencia y nadie quería hablar con ella, ni siquiera con la intervención de su acompañante que servía como intérprete la mayor parte del tiempo, a ella también la consideraban extraña, no les importaba su propuesta y a dicho del Orador, preferían morir nutriendo su tierra con su sangre a dejarla para siempre y menos en manos de los criminales que la exigían, de nada servían sus argumentos, peticiones y hasta súplicas, era como hablar con una pared construida por cientos de años de rencor y desentendidos.
Zyan fue testigo de su llanto de rabia y desesperación a medida que el tiempo se escurría rápidamente como gotas en una tremenda sequía.
-Doctora, aquí la gente no es ignorante, ni ladina como dicen en su ciudad, sólo son desconfiados, tiene usted que entenderlos, yo misma estoy siendo vista con desconfianza, con rencor por traerla, pero sabía que esperar cuando acepté la propuesta del Emperador, lo único que puedo decirle es que yo soy una de ellos y si yo le creo a Raúl Ruiz, sé que ellos también pueden hacerlo, le diré por qué comencé a confiar en él, fue porque me di cuenta que siempre me trató igual que a los demás, no me hizo de menos, ni tuvo condescendencias falsas, no me vio como una exótica rareza en su Comunidad, sólo me hizo sentir una de ellos, si usted puede convencer a la gente que la respeta, que no se ve a usted misma más que ellos, creo que la escucharán.
- Zyan, qué puedo hacer para que me crean, me he ofrecido a atenderlos, he visto a niños enfermos y los adultos mayores también lo están, el propio Orador se ve en mal estado, todos lo parecen, ni siquiera han querido los víveres que les traje, ni las medicinas.
- Intégrese a los trabajos del pueblo, prepárese para un desaire o dos, pero hágalo, trate de igualarse con ellos, que no noten su ajeneidad.
Julia, entendió el punto y se puso a la obra, se acercó a las mujeres y ayudó en lo que le permitieron hacer de sus labores,  escuchó atentamente las traducciones de Zyan y guardó amplio respeto al Orador, trató de ganarse poco a poco la confianza de la gente, aguantando malos tratos y desplantes,  y poco a poco le permitieron revisar a los enfermos y empezaron a usar sus víveres y medicinas cuando ésta les prometió que no los condicionaba a nada, sin embargo la negativa de la gente seguía siendo la misma, hasta que al anochecer del quinto día sin poder esperar ni un segundo más le pidió a su acompañante que les tradujera.
-          Les agradezco tanto que me permitieran estar con ustedes, que me dejaran  tratar a  sus enfermos y llegar a conocer un mínimo de sus costumbres y su pueblo tan hermoso, quiero confesar que me avergüenzo de la gente que los ha sumido en esta situación, que yo misma entiendo lo terrible que es y no tengo palabras de consuelo, ni de perdón por tanto daño y malicia, pero  la única verdad que tengo para darles a ustedes, quienes me han abierto un poco de su corazón y esperan de  mí lo que no han tenido de nadie de mi gente, honestidad, es que no hay justicia en este mundo, uno debe construir su propia justicia, si se quedan aquí no vivirán para ver crecer a sus hijos y nietos, incluso ellos no tendrán oportunidad de conocer la vida, los desalmados que vendrán muy pronto tomarán por la fuerza su tierra y en el mejor de los casos los harán sus esclavos como saben, si desalojan el pueblo con la gente del gobierno les darán promesas y largas, y en el mejor de los casos menos que una limosna, los tendrán errando de un lugar a otro a expensas de la administración que toque, serán usados de propaganda electoral en la incertidumbre y el abandono indefinidos, pero si deciden ir conmigo estarán en la Comunidad, serán parte de nosotros y nosotros de ustedes, respetaremos su invaluable cultura, les brindaremos tierra y espacio, sembraremos la continuación de su legado juntos,  y aunque todo esto sea poco consuelo por lo que pierden, creceremos, construiremos nuestra propia justicia y algún día volveremos por lo que es suyo por derecho y herencia milenaria.
Un silencio sepulcral reinó en el lugar y Julia supo que había sido derrotada, había fallado en el encargo y sintió muchas ganas de llorar, no por ego, sino por empatía al saber lo que se avecinaba para esa gente, entonces al ver que todo se desmoronaba Zyan intervino.
-          La doctora Julia no ha venido a imponerles nada, yo iré con ella, no porque me sienta mejor que ustedes, ni siquiera diferente, sino porque aunque nos duela es la mejor de las opciones, la madre tierra se nutre de nuestra sangre al morir, pero acaso querría que ese sacrificio quedara en  manos de los extraños que nos amenazan y nos roban, nadie quedará para contar lo que fue nuestro pueblo, nuestras creencias y nosotros mismos, si ella les promete que algún día reclamaremos lo que es nuestro, tengan por seguro que lo hará, porque cuando ella les dice que nuestros problemas serán los suyos, lo dice en verdad, ella arriesga su vida en este momento por nosotros…
Justo al pronunciar esas palabras un estruendo se escuchó y junto con él, diez  vehículos  grandes llegaron, bajando unos treinta sujetos enmascarados y con armas largas, entonces uno de ellos gritó.
-          A ver indios pendejos ya se les acabó la gracia, el patrón quiere saber si siempre sí le van  a trabajar o los manda a la chingada, eso sí, todos juntitos como les gusta. ¡Traduzca Morales!
Mientras Morales traducía, Julia se horrorizó, no sólo porque los asesinos  habían llegado antes de tiempo, sino porque podía ver detrás de la máscara esos ojillos sangrientos y lujuriosos  y tras de los gritos reconocer la misma voz  que le había propuesto hacerla su mujer, se trataba del Comandante de la Zona, debió imaginar que la policía estaba aliada con los delincuentes, que se trataba de la misma y única organización dispuesta a exterminar un pueblo entero, y que no iban a respetar el acuerdo con Ruiz, todo había sido en vano.
El Orador dio un paso al frente y detrás suyo una joven mujer lo tomó de la espalda, como queriendo abrazarlo por última vez, ella cubría su cabeza con un huipil y el Orador se dio la vuelta para tocar su frente, después la alejó   y le pidió a Zyan que tradujera.
-Ustedes nunca serán los dueños de esta tierra, ni de nosotros, porque no se puede poseer la vida, ni a la madre que la crea, sin importar cuánto dinero, poder  y armas se tenga, no son dueños del aire que respiran, ni del agua que beben, hoy matarán nuestros cuerpos, y ultrajarán nuestros recuerdos, pero la tierra jamás se hincará ante nadie, y ante ustedes menos que nadie.
El comandante escupió el suelo diciendo. – Nos encargaron no ensuciar el lugar con su asquerosa sangre, ni eso les van a permitir los jefes, nos los llevaremos al campo militar y se arrepentirán de haber nacido, nadie los volverá a mentar y nadie los recordará ni en libros, este es el final de su estirpe, pero como soy muy noble, a ti  sí te mataré aquí viejo tonto, no porque me interesen tus estúpidas creencias, sino porque nadie se me hombrea y sale vivo.- Luego disparó acabando con el Orador de Quetsaí.
Julia sintió desmayarse, esperó escuchar gritos y llantos  como una tormenta, pero sólo había silencio ocultando los sollozos quietos de los moradores;  al ver acercarse al Comandante y a sus hombres, Julia se interpuso entre él y la gente, abriendo los brazos en cruz, y aunque el miedo laceraba su voz, los temblores no paraban y el sudor frío recorría su frente, aun así les dijo: ¡Esperen!
-          Ah sí- dijo el Comandante- la maldita vieja que se cree demasiado para ser mía, voy a disfrutar esto.
En ese momento uno de los hombres  enmascarados se interpuso y espetó- Comandante, el señor que usted sabe, ¿qué dirá de esto?
Maldigo al señor que usted sabe y a usted pendejo –dijo el comandante mientras acariciaba su arma- me rio de ustedes, pero como corrió el oro a manos llenas, tienes cinco minutos, mientras me volteó a otro lado- sentenció el Comandante mientras se alejaba un poco junto con  los otros hombres armados.
Julia observó al hombre que la había defendido y entonces comprendió todo, rogándole a Zyan que tradujera dijo – Por favor se los suplico, vengan conmigo a la Comunidad, es su última oportunidad-.
No es necesario que supliques –dijo en español la mujer que hacía unos momentos se había despedido del Orador mientras se descubría el rostro quitándose el huipil- mi padre, me ha pasado su bendición y encargo, y aunque lloro por dentro su partida, ahora me corresponde a mí decidir cómo quiero que sea nuestra muerte, rápida aquí peleando, lenta a manos de nuestros sicarios o más lenta lejos de nuestra tierra, nuestro mundo, pero no he de condenar yo nuestro legado, dos familias nada más se irán contigo, ellas preservarán nuestra cultura, nuestra sangre, y si eres la mitad de lo que pretendes, alguna vez reclamarán este lugar.
Dicho esto, dos familias caminaron hacia Julia, y todos los demás quedaron impávidos junto a la mujer Orador, Julia sabía que esas familias se quedarían con gusto a morir en su tierra, así de fuertes eran los lazos de Quetsaí, pero el irse con ella, era en cierta forma su sacrificio en pos de su pueblo.        
El enmascarado que intercedió por ellos le dijo a la Orador en voz baja –en las cajas de los víveres que trajo Julia hay un compartimiento falso, donde coloqué algunas armas largas, el Comandante no las encontró, ni siquiera se lo esperaba, si decides morir aquí peleando manda a tus hombres por ellas en este momento, perderán de todas formas, pero será mi último regalo a la memoria de tu padre- entonces la mujer Orador asintió y envió a su gente por las cajas, mientras que  la gente de Julia se apresuró corriendo a uno de los camiones  colocado estratégicamente de lado contrario del pueblo.
Julia corría con el temor en los labios pero no dejaba de seguir al hombre que la había defendido, toda su esperanza estaba con él.
Apenas subieron las familias y Julia al vehículo y se comenzaron a escuchar los disparos, las ráfagas y los gritos, el caos se apoderó del lugar.
El confiado Comandante nunca esperó que los indios a los que tanto odiaba se defendieran y menos con armas iguales a las que él tenía, después de todo los habitantes de Quetsaí y muchos de sus hombres terminaron alimentando aquella tierra con su sangre, incluida la de la mujer Orador y la del Comandante.
Julia no paro de llorar mientras huían, pero se sorprendió de la entereza de las personas de Quetsaí, incluso de las que se habían ido con ella, que sólo hasta ese momento se permitieron llorar, junto con Zyan que los abrazaba a todos en su irreparable pérdida.
Alguna ocasión nosotros deberemos sacrificar todo si queremos que sobreviva la Comunidad – dijo Raúl Ruiz quitándose la máscara ante la sorpresa de Julia- el Comandante no pensaba dejarnos vivos, se fue para jugarse entre sus hombres quien te violaría después de él, así que iba a desobedecer al Senador y al Gobernador, por eso les informé a tiempo la deslealtad de su empleado, desde el momento en que te amenazó en la Comandancia e insistió en revisarlas lo descubrí, por suerte todos son corruptos aquí,  así que compré a sus hombres para que no vieran las últimas dos cajas de víveres.
¿Tú manejabas el camión que nos trajo? ¿Siempre estuviste detrás de mí en la operación? Preguntó Julia incrédula.
No podía decirte nada, era muy arriesgado, hice lo que pude- dijo Ruiz encogiéndose de hombros- sólo por el informe que les hice a los jefes y por la parte del Comandante que ahora se quedarán, podemos estar seguros de nuestras vidas, ellos no pierden nada, sólo unos pocos hombres que no les interesan, se quedaran las tierras que tanto ambicionaban,  pero la verdad es que al último quien nos ha salvado es la Oradora de Quetsaí, ella nos dio el tiempo para huir y sacrificó su vida por sus  ideales y por los nuestros,  aunque no lo hiciera conscientemente por estos últimos, gracias a ella podremos cumplir nuestra promesa algún día Julia Jaimes, así que, cuando llegue el momento, pase lo que pase deberemos subsistir, no importa lo que tengamos que hacer, lo que tengamos que dar, la Comunidad debe prevalecer, sólo así protegeremos el legado de estas grandes personas.
¿Cómo sabré que es el momento álgido de la Comunidad? Dijo Julia.
Créeme, lo sabrás, por eso tienes ese don, dijo Ruiz.     

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