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miércoles, 5 de noviembre de 2008

Capítulo 6 La rebeldía de Octavio

El aire helado en el rostro, una canción estruendosa y un deportivo rugiendo por las calles, mientras que en su mente la perfecta planeación del día, una repetición de todos los días desde que se hacía cargo de las relaciones públicas de la Comunidad; Grosso armónicamente veía pasar por su imaginación la jornada que le esperaba, llegar a un gran edificio, observar sutilmente el lujo de la recepción y trazar un guiño para la recepcionista, rápidamente anunciarse y al mismo tiempo calcular la fortuna de la empresa en que se encontraba y hasta el físico del gerente, escoger las palabras precisas y buscar en las primeras frases de su interlocutor el punto flaco que debía atacar para convencerlo de que la Consultoría que Ruiz comandaba y que tanto éxito tenía con las empresas de la Comunidad, era la llave indicada para el superamiento y el mayor lucro de la de su interlocutor , bromear solo un poco de ser necesario, buscar una nueva reunión en algún otro sitio si el potencial cliente se ponía difícil, elogiar de una manera tan sutil que lo mismo podría estar insultando al gerente y éste no se daría cuenta, cuidar su expresión corporal y al final salir bien librado, nunca con menos que una promesa real de estudiar el servicio que ahí le presentaba, después bajar por el elevador y revisar su apariencia, secar algún molesto vestigio de sudor o algo parecido, volver a la recepción con algún comentario gracioso y si la señorita que ahí laboraba valía la pena regresar nuevamente con una excusa más o menos convincente obteniendo nunca menos que una promesa real de salir a festejar el triunfo logrado. Posteriormente conducir hasta el “cuartel general” tomar solo algunas copas en su oficina para relajarse, para adelantar el festejo, para calmar el ansia; hacerse cargo de los subalternos, coquetear un poco con alguna mujer si es posible, reunirse en consejo si no se suspendía por alguna ausencia del Emperador y puntualmente a las ocho de la noche salir a uno de los mejores lugares a beber y reunirse con la nueva conquista, o en su defecto con alguna de las anteriores que como él disfrutara eso, la dulce sensación de ser aún joven, cumplir bien con el trabajo y embriagarse en una fiesta diaria que a nadie podía hacer daño, y de ese modo no preocuparse, no meditar innecesariamente.

Cual si fuera una premonición todo lo que había maquinado pasaba puntualmente, solo un detalle diferente, una pequeña cosquilla en el abdomen, nada para preocuparse se repetía constantemente, solo un mínimo achaque que no estaba dispuesto a aceptar e ignoraría por el resto del tiempo que le durara. Al terminar su trabajo en la empresa a la que acudió, montó a su deportivo y como seguía sintiendo ese minúsculo pero constante malestar decidió que no tenía deseos de ir a las oficinas de la consultoría, que era, simultáneamente con las empresas, una de las bases económicas de la comunidad y el lugar donde Grosso se encontraría la mayor parte de su tiempo si no fuera por que le llamaban el pilar errante, pues tenía que ir por ahí consiguiendo clientes, atendiendo inquietudes de los que ya tenían y vigilando en general a los encargados de las relaciones públicas en las demás empresas de la Comunidad.

Octavio no se caracterizaba por su férrea disciplina, sino por el contrario, había sido amonestado por el consejo y por el propio Raúl Ruiz por haberse comprado el automóvil en que ahora viajaba, pues era un lujo muy innecesario que salía del concepto de los pilares y en general podía llegar a ofender a los comunitarios, sin embargo él aceptó la amonestación, se quedó sin un mes de sueldo, pero se salió con la suya y se compró su juguete; también en otras ocasiones había hecho rabiar al Emperador con su actitud rebelde y lo había metido en aprietos, pero no había llegado a límites peligrosos, por lo tanto, y sabedor de su importancia como Pilar, seguía cumpliéndose sus caprichos y ese día en especial decidió que se tomaría un descanso del resto de su jornada, no para atender ese cosquilleo, sino para olvidarse de él en alguno de sus restaurantes bares favoritos y prepararse para salir en la noche con una de sus amistades.

Una vez decidido se dirigió al bar Recess, uno de sus preferidos, donde además de las mejores bebidas, servían exquisitas viandas para acompañar y en donde trabajaba una de sus amigas como mesera, Liliana Lara, quien para él resultaba la perfecta opción cuando había un tiempo libre y no era requerido por Ruiz para alguno de sus encargos, por lo que se instaló en el lugar y se puso a curiosear con la vista mientras era atendido; el incidente de la mañana no le preocupaba, después de todo el Emperador ya era bastante grandecito para hacer lo que él quisiera de su vida privada, y a él le molestaba el hecho de que el consejo también tuviera que enterarse de la intimidad de las personas, así que prefirió no involucrarse en el asunto, aunque en el fondo sentía curiosidad por la mujer que se hospedaba en la casa de Ruiz, ya que conocía poco de los gustos del Emperador y esto le llamaba la atención. A pesar de aceptar su estatus como pilar, permanecía reacio para tomar a Raúl Ruiz como su líder, le decía Emperador como los otros, pero él lo hacía con un dejo de sarcasmo, le gustaba pensar que trabajaba con él y no para él, y que después de todo ese era el Concepto de Comunidad, es decir que no hubieran jefes absolutos; pese a su actitud respetaba a Raúl por varias cosas, entre ellas por su entrega para realizar el proyecto de la Comunidad y su valor en los momentos importantes, y no podía evitar sentir aún más respeto por él cuando la mirada gris de éste se le posaba encima y entonces creía por un momento que Ruiz era distinto a los demás por algo que no se podía explicar, sin embargo se había hecho la promesa de no demostrar demasiado ese respeto, por que le gustaba conservar su imagen de rebelde, de oveja negra de la Comunidad.

Liliana llegó a su mesa, llevaba cola de caballo que le llegaba casi hasta la cintura y vestía el uniforme del lugar consistente en una blusa blanca escotada y una minifalda negra que dejaba ver sus largas piernas que eran uno de los detalles físicos de ella que le agradaban a Octavio, mismo que aunado a su tez morena y sus ojos verdes la dotaba de una belleza un tanto exótica y especial para el pilar errante que era la causa de que él volviera y volviera a ese lugar.

Filtreó con ella y le pidió un vodka, mientras que la cosquilla se había transformado en una especie de toque eléctrico que ya le abarcaba la mitad del abdomen y comenzaba a preocuparlo; pese a eso bebió su vodka y encendió un cigarrillo pensando que la edad y la salud no tenían por que molestarlo aún y que el mejor remedio sería conseguir que Liliana saliera esa noche con él, procurando que no se cambiara esa falda y esperando que se suspendiese la reunión del Consejo nocturna por alguna razón, cuando de pronto el toque eléctrico se volvió en calambre y junto con ese dolor intenso una bocanada breve de sangre interrumpió sus pensamientos y le privó del sentido.

Cuando despertó se encontraba en un cuarto de hospital, tenía suero en los brazos y Liliana lloraba calladamente en un sillón junto a su cama, al verlo ella se le abalanzó en un abrazo y le repitió muchas veces lo feliz que estaba de que estuviera bien, cuando un médico entró el lugar e interrumpió a Liliana.

- Señor Octavio, ¿Cómo se siente?
- Me duele todo el cuerpo, estoy mareado, no me siento muy bien ¿Qué pasó doctor? -le dijo Grosso con un tono balbuceante.
- Tuvo un aviso señor, una úlcera provocada posiblemente por exceso de alcohol, estrés o ambos, pero además de eso, le hecho análisis y su hígado no esta muy bien, dígame señor ¿Cuántas veces a la semana bebe? –le increpó el médico con una mirada que revelaba que sabía la respuesta.
- Tres o cuatro veces- dijo Octavio aún con voz entrecortada- pero nunca antes me sentí mal… tan mal-remató mientras sentía la mirada inquisitiva del médico
- La señorita Lara lo ha cuidado bien, a penas lleva usted cinco horas inconsciente, pero debo advertirle que debe atenderse, estos cuadros se pueden repetir constantemente si no lo hace, pero además de eso no solo debe atender su estómago e hígado, le dejaré un folleto, solo revíselo, píenselo y si así lo decide llame

El doctor le dio a Liliana el folleto y salió del cuarto, era de una clínica para alcohólicos y contenía un test para darse una idea de si se tenía esa enfermedad, al verlo Liliana volvió la mirada y Octavio enrojeció de ira y con las pocas fuerzas que tenía dijo

- Que me quiten estos cables, quiero largarme de este lugar

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