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martes, 26 de enero de 2010

Capítulo 28 Tentación III

- En cualquier momento uno se tuerce, y sus sueños y convicciones desaparecen, es entonces cuando terminas siendo otro número para la estadística, otro grano en la arena. Yo no quería ser así, no se cuando es que me transforme, no se cuando fue que perdí el control. Aún ahora no podría asegurar que ya lo he perdido, me siento igual que antes, como siempre, quizás fue de una forma tan gradual que ni siquiera lo sentí, y en este momento la única diferencia la hacen los cables que tengo conectados. ¿a qué hora pasó Raúl? Ya ni siquiera te soy útil, ni a ti ni a nadie.

Grosso continuaba su monólogo mientras la luz marchita del ocaso se colaba por las persianas de la habitación y perdía en un esfuerzo vano en contra de la blanquecina luz eléctrica.

- Tantas veces hablamos de lo que podría ser un buen negocio, y tu dijiste que aunque fueran un giro de éxito, había algunos que no querías realizar, como los bares, los antros y los giros negros, quizás lo decidiste por tu convicción, por principios, por moral, o que se yo; sin embargo, no sabías que uno de los tuyos sería víctima de uno de esos giros ¿O acaso lo sabías? Quizás lo veías venir, pero igual no hiciste nada, solo te quedaste observando como me deterioraba sin que me diera cuenta. Pero me estoy equivocando, tu no tendrías por que pagar por mis errores; el darte la responsabilidad sobre mis acciones no te convertiría en el padre que no tuve, ni a mí en una mejor persona de lo que soy, pero ahora siento que todas esas cosas estan de más, contigo ahí mudo, conmigo aquí acostado e inutil, mientras las horas siguen pasando y mi cuerpo empieza a doler más, mientras la sed regresa y la visión libre que tengo por este breve instante se extingue. No se como seré cuando esta visión se vaya, no se si seré como todos los alcohólicos que salen en las cintas, pero no quiero pasar por esto, no me siento con fuerzas, quizás lo mejor sería solo desaparecer y ya, a lo mejor hasta te sirvo más así, sin estorbar, después de todo yo soy reemplazable, lo se, todos lo somos, hasta tú.

Ruiz seguía sin responder, su propio malestar lo tenía a raya de cualquier comentario y no se sentía con fuerzas para armonizar o tranquilizar a su Pilar, así como tampoco fue capaz de interpretar la indignación de Julia, ni las insinuaciones de Lía; Octavio tenía razón y se equivocaba, todos y ninguno eran reemplazables, pero no podía explicarlo en ese momento, así como tampoco podía revertir las palabras de Grosso. Así que se quedó en silencio, mientras Octavio hacía el intento por seguir dormitando, y aprovechando ese momento de tranquilidad obligada, se puso a pensar en los giros de los que le hablaba Octavio.

Pudo haber conseguido más dinero, más posesiones, pudo haber impuesto sus órdenes y su voluntad a más gente, pero todo eso carecería de sentido, por que incluso ahora, cuando había actuado siguiendo a su conciencia, pero su cuerpo, que es el reflejo de la mente, le limitaba tan seriamente, se preguntaba el significado de sus acciones, se preguntaba si todo eso tendría un valor, si en verdad podría escapar de la efímera condición a la que estaba condenado por medio de la Comunidad, y solo se encontraba él sin respuestas y con la misma incertidumbre de siempre y ante esta situación, se imaginó una realidad distinta, un escenario completamente diferente al que estaba viviendo.

Esa mañana se hubiera tomado un cocktail exótico en los límites de su propiedad que daban a la orilla del mar, un océano turquesa, solo destinado a las personas como él que pudieran pagarlo, un paisaje limitado a la gente poderosa y rica, alejado de todo. Entonces su mujer Lía Alarcón, habría aparecido usando un diminuto bikini trayendo en las manos un aceite para darle un masaje en la espalda, mientras los demás se ocupaban de los negocios, mientras los demás se partían el alma para brindarle a él todo ese bienestar material. En ese mundo no habría Comunidad, pues en nadie más confiaría tanto, ni a nadie le daría lo que les daba a sus Pilares, todo sería suyo; en esa realidad el dolor físico no existiría, y todos los días Lía, a quien por supuesto hubiera podido comprar, estaría a su lado, dándole en la boca el dulce veneno de su falso amor.

Raúl no supo contestarse si en esa realidad sí sería feliz, y solo atinó a quedarse dormido, junto con Octavio, ambos perdidos en ensoñaciones de opio.

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