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domingo, 24 de enero de 2010

La gente se repite cada día, se escuchan las mismas frases, se ven los mismos rostros, cada uno en su universo personal revolviendo un ciclo que se supone eterno. Entonces llega siempre la duda, la necesidad de romper el límite, de trascender, de cambiar, pero se antoja tan lejana la posibilidad de hacer algo distinto, que terminamos cediendo al dulce anonimato que protege de la desilusión. La desilusión que nos orilla a seguir grises, iguales, jugando el juego que alguien hace siglos estableció.

¿Cómo se podría escapar a la muerte? De que forma se puede salir de las cuatro paredes de la percepción, de la moralidad, del tedio, del ocio, de la ambición, de la mezquindad. Es que nos limita nuestra condición, o es otro pretexto para seguir siendo iguales.

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